Sin puede decir sin matices: hay mucha mentira en el aula. Mienten los alumnos y los profesores toleran la mentira porque no les interesa.

Esto puede parecer muy fuerte, pero lo mantengo y para ello voy a aclarar que entiendo por mentira. Por mentira entiendo carencia de sinceridad, es decir no decir lo que de verdad se está sintiendo. Para ello es necesario primero ser honesto: reconocer lo que de verdad se está sintiendo. Expresar ese sentimiento descubierto con honestidad construye la sinceridad. Si se escamotean los sentimientos de la conversación el diálogo se hace mentiroso. Ambos elementos, honestidad y sinceridad, son producto de un desarrollo y un esfuerzo que se construye a lo largo de la etapa de formación.


La verdad personal se construye en un primer nivel sobre la honestidad: saber que se está sintiendo en las propias tripas. Y en un segundo nivel por la sinceridad: comunicar lo que realmente se siente o piensa.


Por mentira de modo tradicional a nivel moral se entiende: decir lo contrario de lo que se piensa con intención de engañar. Definición precisa donde las haya y cuyo punto determinante es la intención de la persona, la intención de engañar. Precisamente por esto es moral: incluye a toda la persona, a todos los niveles o dimensiones de la persona. Por su relevancia e implicación integral de la persona ha sido señalada por todas las doctrinas morales como uno de los mayores males para la persona.

Aquí yo no estoy hablando de mentira en su sentido moral; no digo que hay en el aula constantemente mentiras formales, tal como las acabo de definir en el párrafo anterior, aunque sí aparecen con frecuencia. Lo que digo es que hay mucha carencia de verdad, de autenticidad en el diálogo habitual que hay en el aula. Es decir, en la conversación en el aula no basta con eliminar la mentira, hay que enfocarse en decir la verdad. No es formativo dirigirse a eliminar la mentira, ya que los “NO” no construyen. Hay que enfocarse en la verdad, y decir la verdad es un trabajo, porque la verdad es una construcción personal, algo que necesita un esfuerzo y un trabajo que a lo largo del tiempo nos edifica, nos desarrolla.


En el aula se permiten y se dan habitualmente muchas carencias de verdad. Y los docentes las permiten, porque no están orientados a hacer crecer la honestidad, sino que se dirigen a otros fines.


Y en el aula se permiten y se dan habitualmente muchas carencias de verdad. Por ejemplo, muchas escusas de yo no he sido, muchas acusaciones de ha sido menganito, mucho echar balones fuera… Diría que constantemente. Y los docentes las permiten, diría incluso que las fomentan, porque no están orientados a hacer crecer la honestidad, sino que se dirigen a otros fines. Por ejemplo, se pregunta: ¿quién ha traído la tarea? Entre los que no la han traído la lista de escusas es interminable y realmente ocurrente, las cosas más insólitas parecen haber sucedido para impedir a los “pobres” alumnos traer a tarea. En ese momento el profesor, dirigido a conseguir que hagan la tarea, dirigido a la eficacia, al resultado, pasa enteramente de la falta de honestidad del alumno, ni siquiera la advierte en muchos casos porque su atención está en otra cosa.


Honestidad, sinceridad, confianza, son tres claves que deben desarrollarse a lo largo de toda la educación


Además, esa honestidad necesita confianza, sin confianza no somos honestos, nadie es capaz de serlo. Al docente centrado en conseguir que sus alumnos aprendan y para ello hagan la tarea, realicen los ejercicios, entreguen los cuadernos,… no tiene tiempo para esos detalles laterales que se quedan al margen de su atención, merecedores quizá solo de una ironía para poner de relieve lo absurdo de la escusa, pero no para buscar la sinceridad del alumno.

Después de años de funcionamiento de ese modo el alumno es una máquina de proporcionar escusas, de eludir deberes y responsabilidades… lo ha aprendido y bien aprendido, conoce bien el modo de eludir el sistema. Y los profesores conviven con todo ello, lo dan por hecho, no tienen el modo de evitarlo y no se han planteado hacerlo.

Pues bien propongo un cambio: establecer honestidad y la sinceridad en el aula como un objetivo prioritario, acorde a la importancia que tiene a propia palabra en la construcción de la persona. Este objetivo debe mantenerse desde infantil a bachillerato. Más importante la honestidad de un alumno que la realización de una tarea concreta, mas merecedora del tiempo del docente. Además, a medio y largo plazo la eficacia en la realización de tareas se multiplicaría.

Pero claro eso necesita un gran cambio en los docentes, que se orienten a las personas y no a los objetivos, que posean habilidades emocionales, que ellos mismos valoren la honestidad y la sinceridad por encima de otras cosas.


Se necesita un gran cambio en los docentes: que valoren la honestidad y la sinceridad por encima de otras cosas.


Una de las finalidades centrales de la Educación Emocional es proporcionar a los docentes las herramientas básicas para ser capaces de establecer un dialogo honesto que lleve a una comunicación eficaz y que permita a lo largo del tiempo una formación integral de los alumnos como personas.