El miedo es un acompañante en la vida de cada uno de nosotros. Un acompañante muchas veces indeseado. Por ello me gustaría escribir sobre qué hace el miedo en nuestra vida, qué función tiene en nuestra dotación emocional para que podamos discernir cuándo es negativo y cuándo es una adecuada señal de peligro, un semáforo en rojo que impide que por el lateral nos impacte otro coche a toda velocidad. El miedo detecta los peligros.
Porque sí, el miedo tiene que ver con los peligros, con los peligros detectados y evaluados por nuestro sistema emocional. Es decir, el miedo indica lo que es un riesgo para nosotros mismos como el ser biológico y relacional que somos. El miedo es por tanto peligro indicado por el sistema emocional.
Esos peligros los podemos organizar en tres grupos.
Los pilares de nuestra existencia como ser vivo.
Primero lo que podemos considerar los pilares de nuestra existencia como ser vivo. Aquello que consideramos clave para nuestra vida tal como lo concebimos. Se puede referir tanto a cosas, por ejemplo, la casa en que vivimos y el miedo a que una riada o un fuego se la lleve por delante; el trabajo que nos proporciona el sueldo para vivir y todas sus vicisitudes; la salud y sus riesgos, incluso la inseguridad en las calles, los asesinos de la noche, los violadores, etc. Todo aquello que consideramos que soporta nuestra vida y que puede ser amenazado. Cada persona tiene una colección de miedos de cosas que considera clave, soporte, pilar de su propia vida y seguridad.
Y no solo entran cosas amenazadas, entran personas, las personas de nuestro mundo y los peligros que las acechan, de la pareja, los hijos, los padres. Aquí podemos duplicar o ampliar por otras zonas los peligros que nos acechan directamente a nosotros mismos, porque los peligros para un hijo pueden ser muchos y muy diferentes a los nuestros. Los compañeros que le tratan mal en el colegio, enfermedades, discapacidad, drogas, un mercado de trabajo que no da oportunidades, etc.
Aquí se nos ha mezclado el miedo a algo que está sucediendo aquí y ahora. Cruzo una calle sin atención y un ciclista a toda velocidad me levanta el flequillo. Es un miedo a un peligro real, actual. Y también la preocupación, el miedo a algo que va a suceder en el futuro y que por no ser aquí y ahora la imaginación interviene en su representación. Volveré sobre esto.
Tenemos así una primera e interior zona vigilada por el miedo: los pilares de nuestra existencia.
Lo desconocido.
Hay dos zonas más. Las zonas desconocidas, las zonas que debemos explorar. Saliendo de lo conocido, eso que actualmente se llama zona de confort. Hay multitud de terrenos desconocidos, cuya exploración necesita superar el miedo, la precaución, el respeto o como queramos llamarlo. Hay niños que se lanzan a montar en bici como si no existiese el miedo ni el peligro y hay niños a los que superar ese miedo les cuesta mucho más, montar en bici se ha convertido en un terreno nuevo y difícil. El miedo es diferente en ambos. Corresponde al miedo graduar tanto la posibilidad como la rapidez, en explorar ese nuevo territorio. Ese miedo diferente en cada persona, indica la dificultad que entraña para cada uno.
Miedos que afectan a nuestra persona.
Por último, hay una zona de miedos más íntima, personal, el miedo a no ser reconocidos, a no ser queridos, inseguridades profundas que se esconden en los recovecos de nuestro ser. Miedo a no ser considerados, valorados en lo que somos. Miedo a no dar la medida, a meter la pata en momentos clave, a no ser capaces de…, a no estar a la altura. Miedos que afectan al núcleo de nuestro ser, de la persona que somos, a nuestra autoestima. Miedos a un mundo que no somos capaces de afrontar, extraño, diverso,… Especialmente, miedo a no ser aceptados por una persona que nos atrae intensamente, …
Seguridad: la necesidad detrás del miedo.
Luego el miedo la custodia de eso tan amplio que llamamos seguridad y todo lo que puede afectarle. Seguridad y miedo van ligados. La seguridad se mueve, nos gustaría pensarlo, en el terreno de los hechos y de las conductas; miedo es su detector a nivel emocional. Es decir, el miedo detecta la inseguridad, cualquier brecha, cualquier carencia. Ahora vemos que es precisamente el sistema emocional, y no tanto el racional, el que define lo que entendemos por seguridad. No se puede definir la seguridad sin calibrar el miedo. El miedo es, por tanto, subjetivo, referido a nuestra sensibilidad, a la persona que somos.
Brechas en la seguridad.
Sin embargo, en este recorrido sobre el miedo y su importancia nos hemos dejado dos agujeros importantes, dos brechas de nuestro sistema de seguridad. El primero son los miedos del pasado, los miedos no resueltos. Estos miedos son de ese tipo que afecta al núcleo de nuestro ser persona. Son miedos cuando se asientan en los fracasos no resueltos y no miran a los éxitos o logros. La seguridad en uno mismo puede tener y de hecho tiene normalmente fallas de no haber asimilado o superado retos; son heridas del pasado. Se trata de miedos desadaptativos, no resueltos en su momento y que se han quedado esperando a ser solucionados instaurando limitaciones a nuestra vida.
La segunda brecha en la seguridad es la imaginación. Ya he dicho que la imaginación es parte de la preocupación, del miedo al futuro. La dificultad estriba en que la imaginación proyecta montones de posibilidades que recorren todas las inseguridades posibles. Cuando esa preocupación se haga realidad no será con todas las posibilidades, sino que será uno solo de esos peligros imaginados, si es que se hace realidad, porque a veces ni siquiera la preocupación se materializa. Por esto con frecuencia la inquietud nos asalta en la espera y luego la realidad es más fácil de afrontar.
Esto quiere decir que la preocupación y la imaginación con ella, es una herramienta importante, porque nos hace anticipar los peligros, las inseguridades y prepararnos. Pero es una herramienta de doble filo porque nos puede hacer prepararnos y sufrir anticipadamente peligros que nunca van a producirse. Es por eso que hay que manejar la imaginación con cuidado y no dejar que la imaginación nos maneje. Además, como la imaginación nos pone delante peligros y nos hace sentirlos, nos puede llevar de aquí allá para irlos sintiendo, nos puede atrapar en su ciclo de intensas sensaciones, que son desagradables pero nos atrapan. Eso es lo que sucede en una sensación fuerte, por ejemplo, tirarse en paracaídas, sentir el miedo es su atractivo. Estamos hechos para sentir y sentir nos hace comprobar que estamos vivos.
Pero esto nos lleva a otro tema y aquí dejamos nuestro repaso del miedo. Espero que te haya gustado y que me digas que aspecto es para ti más importante o si algo se ha quedado en el tintero. Seguro que puedes aportar muchas cosas.
Qué sensación ,emoción ,sentimiento, deberia sentir un menor de edad y un adulto, para no realizar acciones negativas para sí mismo y para otr@s ?
Saber,conocer, trabajar , reflexionar sobre las graves consecuencias? O Sufrir ,padecer las en primera persona?
Las emociones no se eligen, se sienten. Podemos gestionarlas, podemos sanarlas, pero no podemos sentir lo que elegimos sentir. De todos modos tu pregunta lleva mucho detrás, y sin conocerlo no es posible responder.
¿Es más fácil gestionar una emoción determinada (por ejemplo tristeza) para una persona que lo ha experimentado anteriormente que para otra que es la primera vez que se enfrenta a esa emoción?
¿Cómo se puede saber si una emoción es desadaptativa? Explico mejor mi duda, una emoción desadaptativa es una emoción antigua que no está resuelta, pero… podemos desconocer que esa emoción viene de «algo» que supuestamente no está bien gestionado emocionalmente o resuelto? Cómo se pueden identificar ese tipo de emociones…
Gracias!
Realmente todas las personas han experimentado las emociones básicas, que son seis, y que tienen cada una de ellas una entera familia de emociones. Esto da una similitud básica a los seres humanos. Sin embargo las emociones o sentimientos se especifican por la situación que la generan, lo que hace surgir muchos matices en ella. De este modo alguien que no ha experimentado algo, por ejemplo, tener un hijo, puede suponer que se siente pero en realidad en su fondo no lo sabe, es decir, se encuentra alejado emocionalmente de ello.
Una emoción desadaptativa se sabe precisamente por el sabor a viejo que tiene cuando la hemos focalizado y la estamos sintiendo. La persona que la siente, si se detiene en esas sensaciones lo percibe con claridad. Y como toda emoción procede de un hecho o situación que la originó en el pasado. En este caso habrá como un rosario de situaciones donde ese sentimiento ha actuado limitando a la persona. Para gestionarla es habitual recorrer ese rosario de situaciones hacia atrás, hacia la primera vez que se experimentó.