Hace años me sucedió y me impacto. Se trataba de un padre de una hija adolescente que iba muy mal con los estudios. El padre se había apuntado a un curso de enfado para poder manejar las pérdidas de autocontrol que tenía con su hija, a la que controlaba el horario, le controlaba lo que estudiaba, le controlaba las salidas,… con el resultado de frecuentes gritos y salidas de tono por parte suya y una distancia y desafección crecientes con la hija. Su relación se había hecho violenta y conflictiva. Acudió al curso ya medio desesperado para encontrar un medio de no perderla definitivamente.
Después de un día de trabajo con ese enfado al parecer monumental y desde luego incontrolable, debajo del enfado apareció un miedo. El miedo escondido resulto ser bastante grande y bastante profundo. Era un miedo a un fracaso en los estudios de la hija, ya que en su visión, si fracasaba en los estudios, luego no podría encontrar un trabajo bueno y por ultimo no sería capaz de salir adelante en la vida. Una serie de ideas catastrofistas que se habían convertido en su gran preocupación, ya que el miedo concentra la mirada en el peligro que prevemos. La preocupación es un miedo al futuro a que va a pasar algo que afecta a tu seguridad futura.
Los miedos son como las cebollas, que tienen capas, y debajo de uno aparece otro. Debajo de ese miedo estaban sus convicciones fuertemente arraigadas de que la vida sale adelante con esfuerzo, que es nuestro trabajo y nuestra responsabilidad lo que nos abre un futuro. Su hija estaba golpeando fuerte en estas convicciones y su reacción era ya un enfado incontrolable porque tocaba una nueva capa de la cebolla: estaba siendo un mal padre que no había podido cumplir su responsabilidad. En el centro estaba haciendo suyo el fracaso de la hija y eso le hacía reaccionar violentamente.
Después de este recorrido hasta el fondo tocaba ver cuál era el mejor modo de proceder. Lo primero y urgente recuperar la relación con la hija. El camino la autenticidad: reconocer a su hija que debajo de su enfado agresivo había un miedo y cual era ese miedo.
Esto significaba un reconocer la propia debilidad y mostrarse humano ante la hija. En segundo lugar suponía reconocer la responsabilidad y el espacio de la hija y detrás de esto la responsabilidad sobre su propia vida. Después de reconocer los territorios de cada uno tocaba reconstruir la relación, una nueva relación basada en el respeto. Una nueva relación donde las decisiones de la hija sobre su propia vida son respetadas.
No era un enfado, era un miedo. Eso ocurre con frecuencia y los enfados que tapan miedos son enfados irracionales que nos meten en callejones sin salida.
Reblogueó esto en Cuidar con Cuidado. Marina Monzóny comentado:
En AT a eso de mostrar una emoción por otra se le llama rebusque.
Antonio, que gran verdad y con que maestría relatas este problema tan común y que muy pocos reconocen…
El miedo, malo consejero y paralizador que hace ver una realidad paralela inventada. El miedo ese que tenemos que pasar con los hijos pero que no debe de ser, tiene que ser preocupación por ellos sin obsesión y dejando libertad sin bajar mucho la guardia. Un buen relato del miedo una emoción que nos asusta. Un saludo Antonio.