Cuando nos acercamos a una emoción hay 3 dimensiones que se pueden distinguir fácilmente: energía, agrado-desagrado, agresión-igualdad-sumisión. Estas 3 dimensiones nos permiten una clasificación de las emociones.

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Refiriéndonos a la energía, cada tipo de emoción básica conlleva una energía diferente. En este sentido el enfado pone en actividad mucha energía y también el miedo, mientras que la tristeza drena la energía y más bien parece dejar a la persona sin energía. Es decir hay emociones que movilizan la energía corporal en gran medida y otras que más bien parecen inhibir la movilización de la energía.

Sin embargo, en esta entrada de hoy quiero fijarme en una característica diversa, que llamo intensidad, que no debe confundirse con la energía, aunque se relacione con ella.

La intensidad se refiere a los grados diversos con que una persona percibe una emoción concreta y particular que siente. Desde este punto de vista una tristeza puede ser muy intensa y ocupar enteramente la percepción y lo mismo puede suceder con el enfado. La intensidad está por tanto más relacionada con la asociación y disociación con la emoción de que se trate. En el caso de que estemos asociados a la emoción esto quiere decir una emoción concreta está presente en la percepción de la persona, sin embargo esto será con intensidades diversas dependiendo de muchos factores.

Además de la asociación-disociación influye también efectivamente la energía, en el sentido de que una emoción que produce mucha energía en el momento en que aparece, la vamos a percibir con mucha intensidad. Pero, por ejemplo en el caso de un enfado, lo percibimos bien cuándo nos hemos enfadado, pero al día siguiente… ¿dónde está? Si no hemos solucionado el enfado estará en algún lugar de nuestro cuerpo, solo que con muy baja intensidad y no lo percibimos. Pero está ahí sigue y basta enfocar un poco para encontrarlo.

Es esta intensidad la que influye grandemente en la gestión emocional. Para ella he elaborado el gráfico. Hay un nivel por debajo del cual una emoción no se percibe y sería necesario enfocarla para poder sentirla. He elaborado la siguiente sencilla gráfica para ver la relación entre intensidad de la emoción y gestión.

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La zona de gestión en su límite inferior está limitada por el comienzo de la asociación. No se puede gestionar una emoción si la persona no está asociada en algún grado con ella.

Pero si hay un gran nivel de intensidad, si la emoción está muy activada es posible que tampoco podamos gestionarla.

El límite superior de la zona de gestión está señalado por la pérdida del autocontrol. Sin autocontrol la persona se encuentra plenamente asociada con la emoción, tanto que es la emoción la que lleva el control y es inútil razonar, hablar a la persona. En esa situación es imposible gestionar la emoción. Esto puede suceder con cualquier emoción, por ello tanto con el enfado, que con relativa facilidad alcanza el límite de la ausencia de autocontrol, como con la tristeza, que puede hacerse tan intensa que la persona quede enteramente embargada por ella y abandonada al dolor, como con el miedo que genera situaciones de pánico, donde la emoción toma el control sin permitir el paso por la corteza cerebral.

Hay montones de métodos para rebajar esa intensidad y poder gestionar la emoción. Todos ellos son modos de tranquilizar. En el enfado es encontrar un modo de rebajar la energía, gastándola en otra cosa, caminar o golpear algo, o sencillamente respirar para dar espacio y que el autocontrol pueda de nuevo reactivarse. Lo mismo sucede con el miedo, respirar es una gran herramienta. En la tristeza el consuelo, la compañía, el contacto físico de agarrar por la mano son todos modos que ayudan a bajar la intensidad.

Muchas veces nos parece que una vez tranquilizada la persona está gestionada la emoción. Sin embargo no es así. Tranquilizar funciona como una anestesia; baja el dolor y permite actuar, pero no sana. Tranquilizar en gestión emocional permite actuar pero no gestiona la emoción.

Además muchas veces se tranquiliza por motivos que no son los de la persona enfadada o triste o con miedo, sino de quien debería gestionar la emoción. Por ejemplo el maestro siente que ese enfado genera conflictos con los demás o interrumpe el orden de la clase o montones de motivos que le conciernen a él o al conjunto de su clase o a los demás alumnos. Por eso busca tranquilizar, pero evidentemente eso se aleja de gestionar. Puede ser necesario en alguna ocasión, pero se deberá volver sobre la emoción para gestionarla.

Espero que ahora con la explicación, el gráfico de una idea de qué es la intensidad y como se debe actuar en la gestión emocional.