Resumen: la asertividad no es una emoción, es una actitud. Se encuentra entre 2 extremos: sumiso y agresivo. Se refiere a saber expresar los límites en las relaciones, a nivel emocional, expresar el enfado con naturalidad o no. Debajo de la actitud sumisa suele haber un miedo viejo a perder la relación. Debajo de la actitud agresiva suele estar un miedo a dejarse conocer.
La asertividad no es una emoción, es una actitud. Desde el punto de vista emocional es un patrón de respuesta emocional. Que sea un patrón significa que hay un bloque de respuesta prácticamente automática que encadena situación-sensación-emoción-sentimiento-conducta, de modo que en las situaciones en que el patrón se desencadena pasamos casi sin percibirlo desde situación a conducta. En el caso de la asertividad el tipo de situación que desencadena el patrón es la relación con una persona (o las relaciones con otras personas en general). La producción de patrones emocionales es bastante general en la conducta y es fruto del aprendizaje. Con esto quiero decir que tener patrones de conducta en si no es malo, más bien es nuestra forma de almacenar respuestas para no estar siempre creando nuevas. Aunque también significan un tipo de bloqueo que cuesta cambiar cuando no las consideramos útiles.
El patrón de respuesta en el que se sitúa la asertividad tiene que ver con el enfado. En concreto, se trata de nuestro modo de presentar nuestro enfado en una determinada relación. El enfado indica los límites que tenemos, también lo que nos parece justo. El enfado introduce esos límites en las relaciones en una horquilla de actitudes que van desde la sumisión (no muestro mi enfado y por tanto no pongo límite alguno ni expreso que no me siento respetado, ni pido…) hasta otro extremo que es la agresividad (manifiesto cualquier límite sin tener en cuenta al otro sino solo mi propia necesidad). A lo largo de la horquilla caben muchas graduaciones.
La asertividad está en el centro de esa horquilla, se trata de actitud que cumple la regla de Aristóteles: in medio virtus. La virtud se sitúa en el medio entre dos extremos viciosos. La asertividad es el medio entre la sumisión y la agresividad.
¿Qué hace que los extremos sean «viciosos»? No se puede dar una respuesta simple, así que voy a dar alguna indicación. Para entender bien lo que sigue sería muy provechoso situarse personalmente en la horquilla con la pregunta: ¿qué soy sumiso o agresivo? ¿Esto es general o se produce de modo especial con alguna persona?
Comencemos por la sumisión. Si nuestra situación personal en las relaciones con los demás se acerca al polo sumiso, es decir, en nuestras relaciones (o en una relación concreta) no expresamos con facilidad nuestras necesidades, (o lo que consideramos justo, o que no nos sentimos tratados con respeto, o que nos sentimos tratados con un rasero diferente), si esto sucede, es muy posible que debajo de nuestra actitud sumisa se encuentre un miedo (miedo en general a perder la relación de algún modo). No se trata de un miedo fresco, espontáneo, como el que se produce en un susto o un peligro presente, sino un miedo antiguo, incrustado en la relación. Un miedo viejo que nos impide expresarnos con soltura, que nos obliga a medir las palabras cuando se trata de lo nuestro. Un miedo que ha acabado generando nuestro patrón sumiso. Hay una repetitiva cesión de derechos, de concesiones que pensamos recuperar, pero no terminamos de hacerlo.
Habitualmente junto a este miedo va creciendo un enfado con nosotros mismos: por no hablar, por no pedir, etc. Aunque también se da el caso en que el patrón emocional está tan aprendido, tan asimilado que el enfado ni se percibe, en este caso la persona piensa: «no es propio de mi ser agresivo, soy una persona educada y respetuosa». El enfado no aflora por la referencia a las propias creencias y por la educación aprendida.
La situación de quien posee una actitud agresiva es más compleja. En mi experiencia en ocasiones también responde a un miedo, que también es un miedo viejo, incrustado en el propio tejido de relaciones. Se trata de un miedo a ser conocido, a mostrar debilidad, a que alguien entre en el territorio de la intimidad. El miedo lo que hace para no mostrar es construir un muro de agresividad, que es apariencia de fuerza, todo lo contrario a la debilidad.
El resultado de ambas actitudes es diverso. El sumiso establece relaciones, pero no como igual, sino como servidor: es el que siempre hace los «recados». Es decir, establece las relaciones, pero con una renuncia a sí mismo. El agresivo a corto plazo consigue lo que pretende de las relaciones, pero se va quedando progresivamente solo, aislado. La muralla de defensa que ha establecido le aísla. Los demás le hacen caso las primeras veces, pero luego se alejan. Es difícil convivir con alguien que constantemente muestra agresividad.
Ahora se puede ver bien la «virtud» de la asertividad: «(Es asertiva) aquella persona que defiende sus propios derechos y no presenta temores en su comportamiento» (Fensterheim y Baer, 1976). Es asertiva aquella persona que expresa sus necesidades y límites con naturalidad, sin temores, por tanto, que sabe ser ella misma en las relaciones. También me ha dado personalmente mucha luz un muy buen consejo que añado para los sumisos: «Si sacrificamos nuestros derechos con frecuencia, estamos enseñando a los demás a aprovecharse de nosotros» (P. Jakubowski). Las relaciones tienden a configurarse de un cierto modo y si «enseñamos» a aprovecharse de nosotros, luego es difícil cambiarlo.
Tal como se puede entender los dos extremos, sumisión y agresividad, son dos patrones en los que la persona se encuentra atrapada y necesita un trabajo emocional que dura tiempo para salir de ellos. La asertividad en el centro, es un equilibrio emocional y personal que hay que lograr en cada situación particular, no una posición sencillamente lograda.
Pero esta entrada se ha alargado ya suficiente y en otra ocasión hablaré de lo que se llaman derechos asertivos, que voy a introducir diciendo que son el derecho a decir no y a pedir sin sentir miedo ni culpa. Solo quiero añadir que resulta cuanto menos sorprendente o curioso que la sexualidad también se pueda entender del mismo modo, en una horquilla desde la agresividad a la sumisión.
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