Con frecuencia oigo hablar de la cultura del esfuerzo en contextos educativos y he de reconocer que siempre goza de gran predicamento y aceptación y logra el consenso de los asistentes: hay que conseguir que los alumnos pongan “esfuerzo”, actúen por “esfuerzo”. Además se palpa una cierta nostalgia: antes sí que se esforzaban los alumnos, la cultura del permisivismo los ha echado a perder.

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A mí no termina de gustarme porque yo soy de ese antes, y en la cultura que yo recibí en la escuela (años 60) y en los ambientes que frecuentaba cuando era joven el esfuerzo era algo fundamental, pero era un esfuerzo voluntarista para llegar a las metas que los demás (la educación y la sociedad) te ponían y yo crecí esforzándome, y con la convicción fuertemente radicada de que sin esfuerzo no se consigue nada en este mundo difícil. Esta es una primera observación, la cultura del esfuerzo tiene en su trasfondo una idea de que el mundo es difícil y complicado y complejo que solo la tenacidad abre. Alrededor gira la idea de que solo lo logrado con esfuerzo vale, porque ha sido logrado con el propio sudor, casi como que sin el olor del propio sudor las cosas no valen. En resumen la cultura del esfuerzo conlleva una idea del mundo: difícil y del que solo puedes usar aquello que lleva el olor de tu sudor .

Es decir la idea del esfuerzo lleva consigo una idea voluntarista: solo lo que tu organices en el mundo vale y, además, allá en su fondo la idea de un cierto malestar ante el disfrute: mira si lo estás pasando bien, porque entonces es posible que eso no te va a oler a sudor y no tendrá valor. De hecho a mí me ha costado (y me cuesta) mucho disfrutar de la vida. Disfruto del trabajo y bien, pero…

Además en el fondo ese acento en la cultura del esfuerzo por parte de los profesores a veces huele a quitarse problemas con una cierta incoherencia: si el alumno se esfuerza, el alumno conseguirá sus metas educativas y el profesor habrá realizado bien su trabajo… sin tanto esfuerzo.

Por eso pienso que el esfuerzo sin valores no funciona. El esfuerzo tiene que estar insertado en un conjunto más armónico de visión del mundo para que pueda ser aceptable. Por ejemplo, el esfuerzo alemán en la segunda guerra mundial fue realmente enorme, increíble, pero ¡lástima de esfuerzo! También el esfuerzo del régimen soviético en crear el Gulag también fue un esfuerzo increíble, pero ¡lástima de esfuerzo! Hay muchos esfuerzos que no valen la pena y todos tenemos clara conciencia de ello.

Y el principal valor por el que vale la pena el esfuerzo, en esto me ha dado la luz mi amigo Alfredo Abad (http://curiositatics.blogspot.com.es/2014/01/perversion-en-la-cultura-del-esfuerzo.html), es la libertad. Los esfuerzos que valen la pena llevan a una mayor libertad. Luego no se hace por “esfuerzo”, lo que en sí mismo es ya muy cansado, se hace por mayor libertad. La libertad sí merece la pena el esfuerzo, el esfuerzo como tal solo por serlo, ¡no! Esto lleva a concluir que el esfuerzo no es un fin, sino un medio, o con mayor precisión, un modo de hacer las cosas, pero no sabe a dónde se dirige. No pone fines en nuestra vida.

En mi caso personal no fui libre cuando me esforcé por metas externas, inducidas u ordenadas. Empecé a ser libre cuando me puse y busqué mis metas, entonces me sentí más libre y curioso… el esfuerzo no me costaba, no era el fardo insoportable de cuando era joven.

Esto me lleva a la conclusión de que mejor que ahondar en una cultura del esfuerzo, la educación debería ahondar en la libertad, en generar y actuar con libertad… y entonces generaría auténtica motivación, esa que surge del interior de la persona, de su sistema emocional cuando se siente libre, cada vez más libre, y por ello más poderoso.