Carolina Pérez Ruiz. Maestra Audición y Lenguaje, Especialista en Psicología Positiva e Inteligencia Emocional. www.emotivacpc.es
La dislexia puede definirse como una dificultad de aprendizaje de la lecto-escritura, que afecta a la distinción de letras o grupos de letras, memorización, falta de ritmo, dificultades para su orden y colocación, en la sintáxis… y, por lo tanto, dificultades generalizadas en la integración de todos los aprendizajes en relación directa con los procesos lecto-escritores.
Cuando los alumnos potenciales de dislexia llegan a Primaria, sin tener trabajadas habilidades previas y sin diagnosticar, enfrentarse a las tareas propias del ciclo se hace muy dificultoso y también muy frustrante, porque se encuentran sin recursos y, a menudo, comienzan a aparecer síntomas de afectación emocional.
En esa situación los niños que padecen dislexia suelen ser percibidos como inmaduros, poco motivados o son etiquetados como vagos desde su entorno cercano, así como de incapaces. Una actitud de exceso de normatividad, rigidez, seriedad o distanciamiento emocional y/o castigo ante los problemas de aprendizaje, tanto en el colegio como por la familia, determinan la vivencia del niño ante la dificultad, y van a aumentar o disminuir su autoestima. De modo que generan ideas o pensamientos erróneos sobre ellos mismos y su dificultad para aprender, que ayudan a crear una autoimagen negativa. Algunos ejemplos de pensamientos de estos niños cuando se trabaja a nivel emocional son:
- “Antes pensaba que era tonto”.
- “Pensaba que los demás podían y yo no era capaz”.
- “Lo pasaba muy mal en función del profesor que tenía”.
- “Estaba triste y no tenía ganas de hacer nada”.
- “No sabía lo que me pasaba”.
Por ello, es importante que el entorno, colegio y familia, establezca una relación cercana y de aceptación. Desde ahí, hacerles conscientes de su dificultad, ponerle nombre, hablar de cómo le hace sentir, ayudarle en la gestión de esas emociones y ofrecerle herramientas para enfrentarse a los conflictos que pueden surgir en las diferentes situaciones de aprendizaje (lectura y escritura compartida en el aula, presentación de trabajos, trabajo en grupo, deberes en casa, exámenes…) como focos de angustia y estrés que forman parte del día a día de estos niños.
En la intervención terapéutica con alumnos que presentan dislexia, sería necesario programar actividades de integración de contenidos y mejora de habilidades para el aprendizaje de la lecto-escritura, así como dejar un tiempo para reforzar sus potenciales, fortalezas, encontrar puntos de automotivación, identificación y gestión emocional… En la evaluación de su rendimiento escolar es necesario aprender a marcarse metas de aprendizaje ajustadas a su progreso.
Una vez diagnosticada la dislexia, se debe programar una intervención que debe tener en cuenta, no sólo los trastornos que presenta el niño, sino también sus posibilidades y capacidad, para apoyarse en ellas y elevarlas al máximo. La técnica del ”sobreaprendizaje” (Thomson), entendido como aprender de nuevo la lectoescritura, adecuando el ritmo a las posibilidades del niño, trabajando siempre con el principio rector del aprendizaje sin errores, propiciando los éxitos desde el principio y a cada paso del trabajo, va a fomentar que el alumno se vea capaz y mejore su autoestima y automotivación. Se trata de hacer el reaprendizaje correcto de las técnicas lecto-escritoras, haciéndolas agradables y útiles para el niño, propiciando como digo el éxito, en lugar del fracaso.
En el aula es conveniente tener en cuenta las siguientes pautas, siempre dentro de la relación cercana y aceptadora que indico arriba:
- Hacer saber al niño que se interesa por él y que desea ayudarle. Lo más habitual es que él se sienta inseguro y preocupado por las reacciones del profesor.
- Evaluar sus progresos en comparación con él mismo, con su nivel inicial, no con el nivel de los demás en sus áreas deficitarias
- Darle atención individualizada siempre que sea posible. Hágale saber que puede preguntar sobre lo que no comprenda.
- Divide las lecciones en partes y compruebe, paso a paso, que las comprende. Puede comprender muy bien las instrucciones verbales.
- Puede requerir más práctica que un estudiante normal para dominar una nueva técnica. Necesitará ayuda para relacionar los conceptos nuevos con la experiencia previa.
- Tiempo: para organizar sus pensamientos, para terminar su trabajo. En especial para copiar de la pizarra y tomar apuntes.
- Si lee para obtener información o para practicar, tiene que hacerlo en libros que estén al nivel de su aptitud lectora en cada momento.
- Si es posible hacerle exámenes orales, evitando las dificultades que le suponen su mala lectura, escritura y capacidad
- Tener en cuenta que le llevará más tiempo hacer las tareas para casa que a los demás alumnos de la clase. Se cansa más que los demás. Procurarle un trabajo más ligero y más breve. No aumentar su frustración y rechazo.
- Hacer observaciones positivas sobre su trabajo, sin dejar de señalar aquello en lo que necesita mejorar y está más a su alcance.
- Ser consciente de la necesidad que tiene de que se desarrolle su autoestima. Hay que darles oportunidades de que hagan aportaciones a la clase.
- Ofrecerle instrumentos alternativos a la lectura y escritura que estén a nuestro
Teniendo en cuenta estos aspectos, conociendo al alumno, sus dificultades y sus potencialidades, podemos adaptar nuestra metodología a sus capacidades y ser más accesibles nosotros como maestros, así como los contenidos y competencias exigidas en la edad escolar. El fracaso escolar, en muchas ocasiones, no depende tanto de las habilidades o dificultades que presenta un alumno, sino de las que tenemos los maestros.
[…] Source: antonioesquivias.wordpress.com […]