Niños y madre jugando en la fuente

Acaban de terminar las clases y la educación del niño vuelve de nuevo a girar de modo casi total alrededor de los padres. Los docentes mal que bien nos pasamos el día tratando de mejorar en la forma de enseñar, nos preguntamos cómo lo estamos haciendo, etc., lo tenemos planteado como una profesión y le repercuten todas las exigencias de esta. ¿Qué pasa con los padres?

El otro día, uno de estos días de una ola de calor que calcina Madrid con temperaturas superiores a 40 grados venía por la calle con mi hija Noor de 5 años como a las 5 de la tarde. Nos detuvimos en una fuente callejera para beber y yo aproveche la excusa de jugar para mojarla, algo en lo que entró directamente y ella también trataba de mojarme…  y lo conseguía. Pasó una madre con dos hijos más pequeños, uno en el carrito y el otro, de unos 4 años. Me lanzó una mirada terrible al ver la que Noor y yo estábamos montando y al ver que también el hijo de 4 años se acercó al juego y al agua. La madre le llamaba con enfado y le gritaba para que se alejase de la fuente y se acercase al carrito. Al niño le costó, pero finalmente hizo caso a su madre. Noor y yo salimos refrescados de aquella fuente, mientras el niño se alejaba sin parar de mirar lo que hacíamos.

Mi pregunta es: ¿qué pretendía esa madre alejando al hijo del agua? Me planteo el «para qué» de la madre. La mirada era de… «este adulto infantilizado va a conseguir que mi hijo vuelva a casa hecho una pena». No sé bien la intención pero lo que puedo afirmar es que procedía del mundo del adulto y no tenía en cuenta el mundo del niño.

El tema de la relación que establecemos con el hijo es fundamental igual que lo es para el docente la relación que establece con el alumno. Y es necesario establecer una relación de iguales para lo que es imprescindible tener empatía con el niño y “salir” del mundo del adulto. Como bien establece la Educación Emocional no se trata de que nuestro mundo, el mundo del adulto no esté presente, debe estarlo porque es una relación que lleva el sello de la autenticidad, sin embargo lo importante y lo que quiero señalar es que el mundo del niño también debe estar presente. Ese es el punto y para eso es necesaria la empatía y dejar entrar el mundo del niño, no seguir en nuestro mundo mental.

Para ampliar la idea me basta seguir hasta la puerta del colegio al recoger a Noor dos días antes. Había un padre que estaba enfadado con su hijo: «¡Tú a mí me vas a respetar!, ¡Te voy a enseñar respeto!». Aquí respeto no significa una ofensa a la dignidad del padre, sino sencillamente respeto a las órdenes del padre. Respeto es el establecimiento de una jerarquía: el padre manda y el niño obedece. Tampoco hay empatía con el niño, ya que la empatía se produce en una relación de iguales, en una relación jerárquica no hay empatía. Hay de nuevo el mundo del adulto que le ha caído como un estallido al niño que salía con sus juegos con los otros compañeros en el último momento de la escuela.

Me atrevo a decir que son poquísimas las veces, que se pueden contar con los dedos de una mano, que a lo largo de todo un año es necesario poner límites a un niño de ese modo, y desde luego nunca dando por ofendido el propio respeto. Respeto aquí emocionalmente es de la familia del miedo, es un respeto que significa miedo a su padre, y ese no es el respeto que necesita un niño. Entrar en los miedos es entrar en las relaciones de desigualdad y en las distancias personales, es seguir sin conocer al hijo, conocimiento que solo se consigue por la empatía.

Resumo: educación de los hijos significa relaciones de igualdad y empáticas. Significa también autenticidad. Significa querer conocer el mundo del niño, el de sus intereses y el de sus emociones y sentimientos.