El autocontrol es también emocional. Esto lo digo porque oigo y veo mucho escrito sobre el autocontrol y siempre me da la sensación de que se trata de una preeminencia de la parte racional sobre la emocional. Un Yo personal que debe decidir independiente de los sentimientos. El autocontrol sería por ello actuar de forma independiente de los sentimientos. Y no es eso.
El autocontrol es una competencia emocional de autoregulación. La más importante de ese área de competencias emocionales.
La Inteligencia Emocional en su esencia es conjuntar cabeza y corazón, que ambas instancias actúen de común acuerdo. El autocontrol es necesario cuando la instancia instintivo-emocional toma el mando y entonces actuamos según el esquema estímulo-respuesta, sin intervención de nuestra experiencia y nuestra razón como personas. En este caso tenemos la sensación que son elementos externos los que deciden por nosotros (estímulos) y que una vez que aparecen ya está decidida nuestra conducta. Por ejemplo, para un niño, ve unas chuches e inmediatamente quiere comerlas y se enfada y se crispa si no las tiene enseguida. A los adultos también nos pasa eso constantemente y cada uno tiene que saber qué impulsos, que elementos de deseo deciden nuestra conducta.
Desde este punto de vista el autocontrol es lo que introduce un espacio entre el impulso y la respuesta, por ello el autocontrol está directamente relacionado con a libertad.
Para trabajar el autocontrol, hay primero que escuchar la mala sensación que nos produce actuar impulsivamente. Tenemos la sensación de que hemos hecho algo que no queríamos hacer y ese malestar queremos quitárnoslo de encima.
La impulsividad se da en todos los aspectos del comportamiento, pero incide de modo especial en las necesidades básicas: comer, beber, dormir, sexo, moverse,… Esto es debido a que estas necesidades se detectan por sensaciones: hambre, sed, inquietud,… es decir en ellas estamos muy cerca del impulso, o si se prefiere del instinto. El trabajo fundamental para adquirir autocontrol se da a través de toda la infancia.
Sin embargo también hay algunas emociones en las que el autocontrol es importante. Se trata de aquellas que tienen un elevado nivel energético, hablando desde las emociones básicas, nos referimos a enfado y miedo. Estas emociones detectan necesidades de seguridad (miedo) y de libertad (enfado) y en algunos casos impelen a la acción inmediata. Tanto que el miedo en casos de peligro extremo puede incluso cortocircuitar la corteza cerebral y llevar a una acción inmediata inconsciente. El enfado con su fuerte carga de energía y su capacidad de acumulación puede hacernos agredir lo que considera un obstáculo.
Por lo que vamos viendo el autocontrol está relacionado con la libertad, es decir con la posibilidad de decidir. El autocontrol es lo que nos otorga la capacidad de decisión. El autocontrol no es la reflexión, no es la capacidad de razonar. El autocontrol es la posibilidad de reflexionar, la capacidad de introducir el espacio para la reflexión. Por su parte la reflexión es la capacidad de elaborar buenas decisiones.
A pesar de estas distinciones el autocontrol es una competencia emocional única, aunque si bien es verdad la desarrollamos mejor en unos aspectos que en otros. Es decir podemos controlar mal el hambre y eso no dice que no controlemos el enfado. De todos modos, debido a ser única, la mejora en un aspecto implica la mejora en todos, aunque como siempre ocurre en lo emocional, al final tenemos que enfrentarnos específicamente a ese aspecto que nos cuesta y no vale conseguir todos los demás, igual que no vale superar todos los miedos, menos ese que nos asusta verdaderamente.
La forma más importante para conseguir autocontrol es conseguir una reflexión previa al acto. Cuando esto se ha logrado el autocontrol funciona. Para que esto sea posible en primer lugar hay que conseguir la reflexión posterior. No basta sentir el malestar posterior, hay que trabajar el malestar hasta conseguir que la reflexión posterior influya en la previa.
Castigar al niño no elimina su impulsividad, más bien lo enfrenta al castigador. Sobre la base de una relación de confianza bien asentada, se trata de conseguir una base sobre la que empezar a reflexionar. En este sentido es importante que vean, sientan las consecuencias de su acción impulsiva, como por ejemplo la pérdida de un privilegio.
El tiempo de reflexión posterior tampoco debe ser excesivamente largo, o mejor, debe estar adecuado a la edad y condiciones del niño. Debemos encontrar que es lo que realmente motiva al muchacho para que sienta la necesidad de hacer una reflexión sincera antes de recuperar el privilegio «que él ha perdido».
Consiguiendo una reflexión posterior, estamos más cerca de conseguir la reflexión anterior que es la que al final nos llevara a controlar esa impulsividad «Autocontrol». No nos engañemos, esta es una tarea durísima para el docente y para el alumno, requiere de mucha paciencia, sensibilidad y sobre todo constancia y comprensión.
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