Marta Bermudez. Licenciada en psicología con formación en Orientación Educativa, Inteligencia Emocional, Psicoterapias y Coaching. EMOTIVA Centro para el Cambio. www.emotivacpc.es

La inteligencia emocional, podría resumirse como la capacidad que tenemos para identificar y gestionar nuestras emociones y las de los demás. Las emociones están en nosotros y nos acompañan a cualquier parte (al trabajo, al parque, al cole…).

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Me gustaría compartir con vosotros el caso de un alumno que venía derivado desde un  centro educativo por ser considerado un “bala perdida”. Las circunstancias de este niño, de 5º primaria, se centraban en que en la primera evaluación había suspendido cinco asignaturas, se “portaba fatal” en clase y “no trabajaba nada” en casa.  Hacer un examen para él era recordarle “lo mal que hacía las cosas”. En el colegio solo le decían “estudia más en casa” y en casa sólo le decían “atiende más en clase”.

Nuestra visión con estos alumnos,  se enfoca desde la perspectiva de que “el bienestar personal es un factor clave para lograr un buen rendimiento académico”. Conocer las  propias emociones y saber gestionarlas ante las adversidades, forman parte del pilar más importante para conseguir dicho bienestar y, por lo tanto, ese adecuado rendimiento.

Nuestra meta consistió en todo momento, en ayudar a este chico a que gestionase mejor sus emociones, encontrase motivación en sus estudios y lograse, finalmente,  el rendimiento apropiado para sus capacidades reales.

Cuando empezamos a trabajar, evaluamos que su autoestima académica era bastante baja, viéndose a sí mismo como un mal estudiante, poco resolutivo en sus tareas y el peor de la clase.  Profundizando en sus emociones, el miedo y la tristeza estaban ahí indicando cuáles eran los obstáculos que le impedían avanzar y esforzarse por conseguir sus objetivos.

La tristeza se reflejaba en comentarios del tipo: “estoy defraudando a mis padres” estudio, pero saco malas notas”… y el miedo se reflejaba en: “si sigo suspendiendo, me llevan a un internado”,la profesora me echa de clase si me olvido los deberes”… En su interior, este tipo de mensajes le estaban bloqueando a la hora de afrontar sus retos diarios.  No vamos a profundizar en por qué este chico había asumido esas creencias, ya que lo que realmente nos importa, es saber qué podemos hacer ante este tipo de pensamientos limitantes.

Una vez que supimos los motivos por los que este chico se encontraba en esta situación de bajo rendimiento escolar, el objetivo se centró en que él mismo descubriera sus puntos fuertes y áreas de mejora, para fomentar así, el pensamiento positivo orientado a su autoconocimiento, autoaceptación y autoestima. Mediante preguntas directas, juegos y roll-playing  le hacíamos reflexionar sobre sí mismo, y cómo podía mejorar en lo que se proponía. Muchas veces proporcionarles tareas de dificultad creciente, en las que tengan éxito al principio, es una buena forma de empezar a trabajar dichos conceptos.

Paralelamente, para que pudiese desarrollar una buena gestión emocional, ejemplificamos y representamos las diferentes situaciones académicas que más rechazo le generaban. Es bueno darles herramientas para afrontar situaciones complicadas, siendo siempre más eficaces cuando se aplican sobre frustraciones reales que los propios niños concretan.

Con el trabajo semanal, este chico fue evolucionando y gestionando sus pensamientos y  emociones de manera más adaptativa. Mejorando su autoconcepto y valía sobre sí mismo, poco a poco empezaba a verbalizarse mensajes positivos de motivación.  Finalmente, no solo consiguió alcanzar todos los objetivos propuestos durante el curso escolar, sino que ganó en riqueza personal, confianza y motivación para lograr futuras metas.

Es por ello, que el mal rendimiento en ocasiones, se puede considerar como una alarma de algo que hay a un nivel más profundo, más personal, que necesita ser observado y atendido para ayudar al niño a seguir por el camino adecuado.