Hay algunas cosas que están en el marco de cómo entendemos debe ser la educación y que efectivamente no nos planteamos. Una de ellas es que la educación debe ser para todas las personas. Es decir damos como un principio el que la sociedad, cada sociedad o Estado concreto se debe organizar para que todas, absolutamente todas, las personas que nacen en su seno reciban una educación. Esa educación les debe capacitar para poder vivir adecuadamente, y no sencillamente sobrevivir en esa sociedad en la que nacen. Entendemos por ello que la educación es el modo en que los ciudadanos se preparan para la vida en la sociedad, en una determinada sociedad.
En esta consideración no tenemos en cuenta demasiado la historia. Y la historia nos dice que eso no ha sucedido nunca. Todas las civilizaciones que hemos conocido se han forjado por el liderazgo de una élite que detentaba el monopolio del poder político, económico y de la educación. La sociedad más orientada a la educación de los ciudadanos que conocemos, y cuyos frutos siguen estando vigentes aún hoy día, es la sociedad griega clásica. En esta la educación, que fue el artífice de su grandeza y de sus realizaciones, no estaba dirigida a la totalidad de las personas, sino solo a los que tenían la ciudadanía, a un grupo escogido, a una élite. El resto de la sociedad, los esclavos, era la fuerza de trabajo sobre la que ese grupo escogido vivía.
Los principales herederos de los griegos, los romanos, se organizaron del mismo modo: la mayor parte de la población eran esclavos y sobre su fuerza de trabajo, los ciudadanos, la élite, podían dedicarse a otras actividades que proporcionaban la grandeza y el desarrollo a su imperio: la organización militar, el derecho, la ingeniería de construcción, etc.
La idea de una educación generalizada a toda la población es realmente aceptada solo en el siglo XIX, de modo significativo cuando se produce la revolución industrial y las máquinas empiezan a absorber una gran parte de la fuerza de trabajo necesaria para el funcionamiento de la sociedad. No por casualidad el siglo XIX también es el siglo de la abolición de la esclavitud, ya no hace falta esa mano de obra prevalentemente agraria, hace falta una mano de obra más cualificada y que pueda manejar las máquinas de la naciente revolución industrial.
Significativamente la primera idea de educación generalizada para toda la población se centra en sacar a la población proletaria (así se llaman los esclavos de la época) del analfabetismo. Sin embargo se puede dudar que la intención de esa educación sea lograr una educación igual para todos, sino sencillamente subir el nivel del proletariado (leer y cuentas) lo suficiente para que puedan manejar la creciente complejidad de las máquinas que utilizaban. Es decir, todavía la sociedad no se proporciona una educación igual para todos. La educación se organiza en clases, tal como está organizada la sociedad.
A lo largo del siglo XX con el desarrollo de la industria y una economía basada en las máquinas y el desarrollo de las fuentes de energía es cuando realmente la idea de una educación general igual para todos se abre paso de modo que actualmente es la idea predominante. Pero subrayo, es una absoluta novedad histórica, que viene de la mano de la idea política de la democracia, que dice que el poder está en manos de cada ciudadano: un hombre, un voto. En una sociedad donde todos tienen derechos lo lógico es que todos tengan las mismas posibilidades de educación, ambas ideas son inseparables.
La actual crisis que sufrimos ha puesto en duda el modelo de sociedad igual para todas las personas. La crisis ha puesto en duda que ese modelo sea el que realmente busca la sociedad en muchos Estados. La crisis ha acentuado de un modo increíble las diferencias en la sociedad. La economía se ha encargado de agudizar las diferencias y dejar al descubierto que realmente hay dos clases, una que es la directiva de la sociedad, la que tiene el liderazgo político y económico, la que tiene el acceso a la educación y otra la que ejecuta todos los trabajos necesarios, la que es denominada mano de obra, la que puede ser despedida e intercambiada como cualquier otro activo de las empresas, la que entra en la valoración económica como coste. En España a esta clase se le denomina desde hace unos años mileurista, aunque la realidad es que actualmente incluso para una gran parte de la sociedad llegar a ese nivel es casi un sueño. La crisis ha roto en la práctica la idea de la sociedad igual a la que se había llegado al final del siglo XX.
Resumiendo, estamos en la misma situación de los griegos, una parte pequeña de los ciudadanos disfruta de todos los derechos (que, claro, respecto a los demás son privilegios), de todos los resortes del poder político y económico y de la protección del sistema judicial y la mayor parte de la población ya no vive, sino que realmente sobrevive y ve cada día recortados sus derechos, quedando en situaciones asimilables a los esclavos de la antigua Grecia o del proletariado del XIX.
La educación se encuentra en la misma encrucijada y a los ojos de muchos debe ser uno de los artífices del cambio que proporcione realmente una sociedad igual, utopía que se ha anclado fuertemente en la conciencia colectiva. Para ello la educación debe dejar los modos decimonónicos válidos para una sociedad construida sobre el trabajo obrero y transformarse de acuerdo a la sociedad del conocimiento global y conseguir que ese conocimiento sea realmente accesible a todos en condiciones igualitarias. Es decir depende de la educación que demos ese salto histórico que permita llegar a una sociedad de iguales o por el contrario perpetuar el modelo de la elite dominante.
Por ello la educación tiene ahora dos retos fundamentales para transformarse. Primero, incorporar las TIC (tecnologías de la comunicación) al proceso educativo y adecuarse así a una sociedad del conocimiento. Segundo incorporar la educación emocional, que es la transformación de las relaciones dentro de la escuela, básicamente la relación docente-alumno, en relaciones de iguales, confiriendo el protagonismo al alumno y convirtiendo al docente en guía, en coach. De este modo se dejará definitivamente el modelo decimonónico basado en conocimientos básicos y relaciones de autoridad. En este cambio se juega el futuro de la educación y de la sociedad del futuro.
Tengamos muy en cuenta que se trata de un futuro abierto, de un terreno por el que nunca se ha caminado y por primera vez en la historia tenemos la oportunidad de hacerlo y construir un futuro donde, de verdad, los derechos de todas las personas sean respetados.
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