Entrada escrita por Beatriz Sola Aguinaga, Coach emocional y Terapeuta EFT
Como ya decíamos en el anterior artículo, hoy nos vamos a centrar en el cuento del Patito Feo. Esta historia nos va a servir para identificar las barreras que se encuentra este patito durante su camino, y además, para recopilar de alguna forma lo que hemos visto hasta ahora sobre las fases del proceso de coaching.
La historia comienza con un huevo que, por accidente, termina en el nido equivocado y nace en un entorno “extraño” porque no es como los demás. Al principio intenta adaptarse, quiere formar parte de su entorno, quiere ser como sus hermanos. Esta podríamos considerarla una primera meta que está muy vinculada a la necesidad de pertenencia.
Su presente es que es diferente (tiene las plumas diferentes, es más grande que sus hermanos), y la opción que toma es actuar como ellos, hacer lo mismo que ellos para poder “encajar”.
Sin embargo, después de mucho luchar, se da cuenta de que no va a ser aceptado donde está, no es igual que ellos… él es distinto… Esta es su gran barrera: su aceptación depende de los demás… y cambiar esto no está en su mano.
Al patito le toca reformular su meta. Siente más fuerte que nunca su necesidad de pertenencia, pero igual tiene que encontrar su sitio, igual necesita moverse de allí. Es lo que llamamos “encontrarse a uno mismo”. Y con la esencia de su meta (encontrar la manada), comienza su nuevo camino.
Su opción es ir probando en diferentes granjas, e intentando vivir con distintos tipos de animales para ver si ellos son su manada. Va eligiendo su camino, prueba una cosa, luego otra…
Y se va encontrando con las dificultades por el camino. La principal de ellas es la “no aceptación” de los demás. El gato no entiende porque al patito le gusta tanto el agua. Otros patos ven “raro” su plumaje. Las gallinas no comprenden por qué el patito no pone huevos y cómo puede ser que vuele tan alto. ¿Cómo crees que influye esto al patito?
Y ¿cómo te sientes tú cuando ves que los demás no te aceptan?
Esta puede ser una de las muchas barreras que nos podemos encontrar en el camino.
Buscamos un lugar en el que sentirnos aceptados y queridos como somos. Queremos sentirnos libres para dejar salir a nuestro yo más profundo. Y en nuestro interior, entendemos que esto debería ser una manada, esto es lo deseable y lo que anhelamos.
Pero nuestra “necesidad” de pertenencia a un lugar nos puede en muchas ocasiones.
A veces sentimos como si las personas de nuestro alrededor no aceptaran cómo somos… y parece que tenemos que estar disimulando todo el día, representando un papel en una obra de teatro. Y lo más importante es que los demás no se den cuenta de que es un papel, tiene que parecer que ese eres TÚ MISMO.
La consecuencia de esto es el terminar en manadas en las que representamos un rol porque sentimos que si nos mostramos como somos en realidad, no nos querrían ni nos aceptarían.
Cuanto más tiempo pasamos en estos lugares en los que tenemos que disimular, más nos marchitamos. Y nos vamos convenciendo poco a poco de que en realidad, nuestro yo más profundo no es válido, no es lo suficientemente bueno como para ser querible… y que lo mejor es que sigamos interpretando ese papel.
La sensación después de un tiempo es de vacío, de confusión, nos sentimos perdidos. Nuestro corazón siente que anhela algo, siente que se ha quedado parado en algún momento de nuestra historia…
Racionalmente sabemos que quedarnos ahí no nos conviene, que es mejor irse, huir de ahí como hizo el patito… Entonces, ¿qué nos impide movernos del sitio? El miedo a no encontrar un lugar mejor (“más vale malo conocido que bueno por conocer”), el miedo a creer que no te mereces que te quieran como eres, el miedo a quedarnos solos,…
Nos hemos metido en la trampa de los miedos… pero ¿cómo salimos de ahí? Eso lo veremos con el capítulo 8 “El instinto de conservación. Las zapatillas Rojas”.
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