Resumen: La comunicación entre las personas se desarrolla a varios niveles. En una situación de contacto la no comunicación no existe. El primer nivel es la educación, el saludo, las buenas maneras. Este nivel es importante porque establece al otro como sujeto. La persona auténtica asume este reconocimiento del otro de un modo consciente. Sin valorar al otro, sin afecto por el otro, no hay comunicación real.
La comunicación interpersonal tiene varios niveles de profundidad en la comunicación. La comunicación plenamente personal siempre tiene que ver con el diálogo, pero la comunicación no se limita a este. Hay a mi entender 6 niveles en el que cada uno alcanza una profundidad personal mayor.
Hay un primer nivel que es el establecimiento de la comunicación, el saludo, el cómo estás, lo que podemos llamar conversación tópica o formal. Eso que resulta tan difícil cuanto te encuentras un vecino en el ascensor, un vecino con el que tienes poco contacto y te encuentras de pronto bloqueado y nos sale hablar de temas que tengan poca o nula implicación personal, el tiempo «¡caray, qué viento hace hoy!», o, especialmente si es un hombre, futbol. Cuando se queda en el «¡Hola!», después a veces no queda más remedio que mirar al suelo en ese estrecho espacio que comienza a oprimirnos, porque no comunicar en una situación de comunicación es algo antinatural.
Esto que toda la vida hemos llamado educación o buenas maneras: «saluda, niño, a esta persona», durante un tiempo he pensado que se trataba sencillamente de convencionalismos obligados que sencillamente nos obligan por la fuerza de lo social y nos hacen pesada la vida con obligaciones que en el fondo no queremos. Y esto es verdad en muchos casos, fórmulas huecas repetidas sin contenido personal, es decir con un vacío importante, y otras muchas veces barreras tras las que nos defendemos cuando no queremos mostrarnos.
Pero a lo largo de mi experiencia he visto que este inicio de la comunicación, esta educación encierra un valor muy importante y representa quizá el salto de nivel más importante de esos que tiene la comunicación. El salto es entre la no comunicación y la comunicación, entre la nada y el reconocimiento. Este nivel tiene la importancia de establecer el reconocimiento de la otra persona como sujeto capaz de recibir nuestra comunicación, como alguien digno de recibir comunicación, sencillamente como sujeto en nuestro mundo personal, de algún modo igual a mi, que me relaciono con él/ella. La comunicación establece igualdad entre sujetos.
No es sencillamente un mueble al lado del que pasamos y al que evidentemente no se saluda. Los objetos, las cosas no reciben la dignidad de la comunicación, solo los sujetos. Por eso nos resulta extraño, y a pesar de estar en la época de los teléfonos móviles nos sigue extrañando, ver a alguien por la calle que parece que habla solo. Comunicar necesita y establece al otro como sujeto, le pone por tanto de algún modo a nuestro nivel, eso es el reconocimiento. En mi opinión cuando hablamos o comunicamos, por ejemplo, con un perro, algo de la dignidad de sujeto le otorgamos, le reconocemos de algún modo como dignos de comunicación, este reconocimiento como sujeto el derecho clásico no lo recoge, pero a mi me parece una verdad evidente, que desde el punto de vista emocional resulta clara.
Por eso, porque se reconoce como sujeto, se producen todos esos conflictos cuando se pasa al lado de una persona a la que se conoce y se hace como si no se la conoce, se pasa de largo, cuando no se saluda. Por eso, cuando alguien nos pilla en un renuncio de este estilo hacemos como si no la hubiésemos visto antes: haberla visto y no saludar resulta muy fuerte. La Gestalt afirma con gran razón que en una situación de comunicación, «no comunicar es comunicar», al menos comunico que no quiero comunicar: «no estoy para tenerte como sujeto de mi comunicación ahora», esto yendo por las buenas, porque también puede ser: «no quiero ponerte como sujeto de mi comunicación». Lo que es tanto como decir «fuera de mi vida», no te doy la condición de sujeto en mi vida, todo lo más un objeto al que se evita. En el lenguaje diplomático se recoge esta idea y es un gesto tipificado con consecuencias concretas el hecho de que, por ejemplo, un presidente no salude al embajador de un determinado país, esto constituye una afrenta una falta de reconocimiento a ese país, con el que se interrumpen las relaciones.
La persona auténtica asume este reconocimiento del otro de un modo consciente, y convierte de ese modo la formalidad en algo real, en una base real para la comunicación: Convierte en auténticos los signos de reconocimiento, de educación. Y esto, ¿qué significa?: la valoración del otro. Desde este punto de vista la educación es valoración del otro, reconocimiento, establecimiento de una base de afecto que permite profundizar la comunicación. Resulta evidente que dos personas que se quieren acaban trasformando las palabras de la educación en palabras de cariño con una fuerte carga personal. Así sucede entre dos amantes, en el dialogo de un padre con su hijo, etc. La educación pierde su aspecto formal, para servir de entrada en la otra persona, para abrir a la otra persona. Respeto y afecto van de la mano.
Por el contrario, sin valorar al otro, sin afecto por el otro, no hay comunicación real, ni desde luego profunda, no se consigue bajar de lo formal, de lo tópico. Este es el sentido auténtico de la educación, lo que le da su fuste: convertirla en una base para comunicar realmente como personas.
Si no entramos desde aquí nos quedamos en una superficie de reglas, que se multiplican pero que en realidad no terminan de establecer el respeto por mucho que se cumplan. Y en esa maraña se enredan muchos educadores, que se quedan en meros cumplimientos, sin respeto real, sin afecto real.
No solo no establecen el respeto y el diálogo sino que pueden establecer el aislamiento, la definición de territorios, las barreras sociales tras las que nos escudamos, sin perder nuestra compostura. Aunque debo decir que esto en ocasiones esta bien, es otra función de la educación, porque no siempre estamos dispuestos a estar abiertos a un diálogo personal, y esta bien, tenemos derecho a no exponernos si sencillamente no nos apetece en un momento determinado.
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