Noviembre 2012. Desde mitad de octubre, Noor se ha dedicado a jugar a ser un perrito. Antes nunca había hecho nada en el que figurase que no era ella. Ahora de pronto se pone a gatas, y dice que es un guau-guau, que es como ella llama a los perros, y cuando yo respondo guau, ella dice: «tú no guau, tu papá». Así llevamos 4 semanas y no parece cansarse. Su madre no quiere que se manche tanto y le dice que de pie, pero ella insiste en ir a gatas.

Yo sé que en los programas de estimulación temprana el gateo es positivo y se utiliza porque estimula la conexión de neuronas debido a que exige coordinación y lateralidad.

Pero sobre todo me parece un salto en su consideración de sí misma. Noor todavía no utiliza su propio nombre, hasta hace poco ni siquiera decía yo, que acaba de aparecer en su vocabulario, decía «de mi» para referirse a sí misma. Y ahora de pronto puede ser otra cosa, otro ser vivo. Es vivir desde otro punto de vista, es representar un papel, porque tiene conciencia de no ser un perro, aunque cuando juega se lo toma tremendamente en serio.

Desde luego el juego va dirigido a fomentar el vínculo porque ella viene hacia mí para que yo le acaricie, le diga cosas como se dicen a los perros, también más en general para que le haga caso, por eso no permite de ningún modo que yo deje de ser «papá». Es un juego que le permite recibir una atención especial, un motivo para atraer mi atención. En resumen un nuevo motivo de vínculo conmigo. Solamente ayer ha jugado al perrito, y lo ha sido, para alguien que no soy yo: dos primos, uno de 4 años y otra 6 meses menor que ella.

Luego el vínculo emocional ha sido uno de los impulsos más importantes que ha recibido para emprender su juego. El vínculo es el modo que le permite atender sus necesidades y encontrarse segura.