En el lenguaje que utilizamos con los niños está presente de un modo continuo la amenaza: “si no te portas bien, no sales a jugar al parque”, “si no recoges la ropa no me acompañas esta tarde (algo que sabemos hace ilusión al niño)”. Esto no solo lo hacen padre y madre, sino en general todas las figuras con edad superior al niño y que se relacionan con él. Es tan habitual que ni siquiera se percibe en muchas ocasiones la grave incidencia que tiene en el mundo del niño y se utiliza como un modo de amplificar la fuerza de nuestra comunicación.
El lenguaje de la amenaza es un lenguaje de superioridad, con el marcamos que somos nosotros los que decidimos y “obligamos” al niño a hacer algo que nos parece a nosotros que debe hacer. El niño recibe la amenaza desde la inferioridad y habitualmente desde la impotencia: para poder conseguir eso que le gusta debe plegarse a algo que no le gusta, o que sencillamente no ha hecho. Puedo dejar mas claro esta idea diciendo que el lenguaje de la amenaza es un lenguaje prepotente que abusa de la posición de superioridad del adulto.
El lenguaje de la amenaza está montado emocionalmente sobre el miedo. El miedo es la emoción que salta cuando algo de nuestra seguridad se ve afectado. En el caso del niño sus juegos, su relación con la persona que le amenaza, algo que le gusta. De este modo el niño ve constantemente puesto en peligro algo importante para él. El miedo es también la emoción de la sumisión, quien siente miedo se somete a quien muestra enfado, que por el contrario muestra superioridad. El mundo del niño a través de la amenaza está constantemente sometido a esta presión del tu abajo y yo arriba. El niño está obligado a ser niño a través de la amenaza. Está es la contradicción más profunda: el lenguaje de la amenaza no permite al niño crecer y asumir sus responsabilidades, que por pequeño que sea siempre tiene. Con amenaza no se asumen responsabilidades se cumple lo indicado para no perder ese bien amenazado.
Si lo centramos en la relación, que de algún modo es siempre lo que se ve amenazado, nos encontramos con que el niño se encuentra con que su relación con las personas cercanas se encuentra bajo constantemente amenaza y, por tanto, carente de seguridad. Y para el niño la relación es la clave, ya que a través de la relación es como consigue toda su seguridad. Es a través de la relación como consigue su alimento, su diversión, su ropa, en resumen, todo lo que necesita. Y resulta que esta base afectiva fundamental sobre la que se apoya su vida la vive bajo una amenaza constante por elementos que en principio no tienen que ver con la relación.
El mundo del niño debe ser bien al contrario el mundo de la seguridad, seguridad que comienza precisamente en la relación. El niño no debe percibir en duda esa seguridad que le proporciona la relación con sus figuras fundamentales, especialmente padre y madre. El mundo del niño debe ser el mundo del juego, de poder probarlo todo, de la imaginación y la fantasía, y no debe estar sometido a limitaciones constantes señaladas con amenazas. Poder jugar, salir, pasear, correr, debe estar asegurado para el niño y no condicionado al cumplimiento de tareas, por importantes que estas parezcan al adulto. Ese es su derecho como niño que no está supeditado a ningún otro.
Además la fuerte presión que se ejerce con la amenaza sobre el miedo distorsiona la formación de un adecuado afrontamiento del miedo en el niño. Este es un elemento de educación emocional clave. El niño debe solo enfrentarse a los miedos que la misma vida presenta y no verse confrontado por las personas que le cuidan a una gran cantidad de miedos innecesarios. Crecer en la seguridad y no en el miedo es una clave para quien quiera educar con Educación Emocional.
Efectivamente toda la filosofía de lo dicho en esta líneas implica una relación diferente con el niño, planteada sobre la confianza y sobre que el niño va a ser capaz de entender lo que es importante para él cuando se lo explicamos, y que va a ser la fuerza de la persuasión y la confianza en las figuras significativas lo que va a conseguir que haga esas cosas que hemos tratado de conseguir bajo amenaza. Es una nueva relación basada en la confianza que es más una relación entre iguales.
Este camino parece un pelín más largo, lo cierto es que la amenaza nos parece un atajo en esos momentos en que parece que el niño no quiere hacer algo y nosotros (subrayo el nosotros) tenemos prisa por lo que sea. Pero es un mal atajo y nocivo para la educación del niño.
Evidentemente todo lo que se dice en esta entrada se puede y se debe aplicar en la Escuela, es central para la Educación Emocional en la Escuela.
No hace falta recurrir a la amenaza para fomentar las normas de convivencia y el respeto a los demás. El adulto tiene la responsabilidad de encauzar un adecuado comportamiento infantil, que con toda seguridad sentará las bases de las futuras interacciones sociales . Debemos evitar el «no», y es tan fácil como sustituir el «si no recoges tus juguetes no vamos al parque» por «cuando recojas tus juguetes, iremos al parque».