Resumen: Se trata del texto de una viñeta recogido en internet. Primero se exponen las raíces ideológicas que tiene. Mi argumento es que no hay impartición de conocimientos sin educación, especialmente cuando se trata de menores de edad. Se pide serenidad y la no politización del debate sobre educación para afrontarlo con la serenidad y profundidad necesarias para que dé el fruto de un acuerdo, que pueda ser un acuerdo de Estado para la educación.
Este texto, que es de una viñeta que me ha llegado por internet, resume una postura que se expresa con frecuencia en los debates sobre la educación. Su raíz, al menos en España, tiene un sesgo ideológico, y surge del debate sobre la LOGSE, ley sacada por la izquierda, que, por resumir de algún modo, entre los dos elementos del título, inculcar conocimientos y educar, pone el énfasis en educar. La educación se concibe como atención a la persona, a su itinerario personal y busca atender a su situación especial. Impartir conocimientos es ahora la posición de la derecha y es también el origen que impulsó a la escuela en el siglo XIX, sacar a la población en general del analfabetismo, enseñarles a leer y las cuentas fue su primer y fundamental objetivo, es decir, lo que siguen siendo las troncales hoy: lengua y matemáticas.
Educar es de izquierdas, y en ese caso se plantea una escuela que busca la igualdad de oportunidades entre la ciudadanía, como tal ciudadanía, es decir orientada a suplir las diferencias sociales y atender a las situaciones diversas, es decir una escuela con finalidad básicamente social. Impartir conocimientos es de derechas y la escuela adquiere el sesgo de excelencia y competitividad: cuantos más conocimientos se adquieran mejor y se privilegia a quien mejor los adquiere. Una escuela de excelencia, está orientada a las salidas laborales, es decir, una escuela orientada al mundo económico y laboral. Esta es la idea de la derecha, agudizada en este momento por la galopante crisis laboral que sufre España. Resumen caricatura, tal como de hecho son las viñetas y tal como de hecho se vuelven los debates cuando la ideología de los partidos entra en ellos: inculcar conocimientos: la derecha, educar de izquierdas.
Mi opinión ha sido siempre que la educación tiene que salirse de las ideologías y formar parte de un pacto de Estado que la saque de la lucha partidista y le dé estabilidad de trabajo sobre unas líneas comunes, es decir que la educación no dependa de las veleidades políticas del gobierno de turno.
Por ello, primero, quiero expresar en esta entrada que lo que dice la viñeta: «Este colegio inculca conocimientos, los niños vendrán educados de casa», es sencillamente imposible. Ambos elementos son inseparables, la escuela educa a través de la transmisión de conocimientos. Ni puede inculcar conocimientos sin educar, ni puede educar sin apoyarse en los conocimientos.
Primer argumento: No se pueden impartir conocimientos sin educar. El sencillo resumen realizado antes sobre las posiciones ideológicas lo debería dejar claro, pues pone en evidencia que detrás de cada postura hay una escala de valores, unas elecciones y prioridades, que hace el profesor, tanto sea que eduque, como que inculque conocimientos, va a transmitir esas prioridades a los alumnos, y este va a ser el principal elemento que van a recibir los alumnos. Por lo tanto cualquiera de las dos posturas es un modo de educar. Es decir, un profesor educa siempre, aun cuando elija no hacerlo.
Además, y este es el segundo argumento, la persona humana es de tal modo que absorbe esa escala de valores y la absorbe a través de su sistema emocional, de modo que todo aprendizaje incide y pasa a través del sistema emocional del alumno. Sugerir, como parece hacer la viñeta, que se inculcan conocimientos, como si estos fueran neutros y dejar veladamente indicado que no se tiene en cuenta al alumno, a su sistema emocional, a sus emociones, en resumen, a su situación personal, es una terrible falacia.
Tercer argumento, por si lo demás fuera poco, nos estamos refiriendo a niños, que el derecho ya sabe distinguir y califica como menores de edad, lo que significa que estamos ante personas que se están precisamente formando como tales personas, constituyendo todos sus sistemas de funcionamiento, biológico, psicológico, racional y social y de relación. La educación no puede sencillamente decir que da conocimientos a sujetos que van a saber cómo organizarlos, sino que precisamente lo que hace al inculcar esos conocimientos es organizar a la persona que los está recibiendo en todas sus dimensiones. Esta es la tarea principal de la educación, lo que se llama educación integral. No tenerlo en cuenta y sencillamente inculcar conocimientos es no tener una noción de lo que es un niño, no saber lo que es una persona humana en formación, que no ha alcanzado su madurez, su edad adulta. Trabajar con niños implica educar, ambas cosas van ligadas y olvidarlo me parece francamente peligroso, peligroso precisamente para los niños.
Última idea, si lo que se quiere decir en la viñeta es que hay un fuerte déficit de educación en las familias, que el colegio, las instituciones educativas en general, se están viendo sometidas a una presión excesiva de exigencias por parte de la sociedad y las familias, que las ha puesto en medio de un montón de problemas para los que no tienen armas, ni herramientas y ante los que se ven francamente desbordados, entonces, yo también estoy de acuerdo. Y con todo esto apuntamos a las mayores dificultades de la escuela: atender toda una serie de demandas que parecen salirse de su tarea original y que si no se atienden la desvían de ella, y para las que no tienen los medios y últimamente, al menos en España, han visto fuertemente recortados los presupuestos que permitían al menos afrontar alguno de los problemas.
Luego lo que yo quiero con la entrada es hacer una llamada de atención para no simplificar el debate de la educación, alimentándolo con simplificaciones ideológicas que no contribuyen a crear las soluciones necesarias y, en vez de buscar esas soluciones comunes, polarizan el debate en posiciones que se convierten en irreconciliables. Solo un debate sereno con la confianza de que es posible encontrar una posición común va a sacar la educación de la crisis en que se encuentra metida.
Arrancas bien.
Sigues mal: “Educar es de izquierdas” es falso: todos pretenden educar, porque educar significa transmitir a los hijos (o a la siguiente generación) lo que se ha aprendido de la vida, lo que se considera que hará que los hijos sean mejores personas. Lo que define a la izquierda es que sostiene que esa educación debe inculcarse en la escuela. Los que no somos de izquierda pensamos que hay que educar a los hijos pero que tú educas a los tuyos como consideres oportuno (con lo que tú has aprendido de la vida) y yo lo mismo a los míos. Puesto que tú y yo no vemos las cosas del mismo modo, el resultado es una sociedad plural, libre y respetuosa. Si es el Estado el que educa, entonces lo hará según tu perspectiva (enfrentando a mis hijos conmigo) o según la mía; el resultado es un mayor igualitarismo, menos libertad, más izquierda, por tanto.
Pacto de Estado. Ya. Pregunta: dado el nivel de los políticos que tenemos (de hecho, no en Wonderland), si llegasen a un pacto de Estado, ¿algo garantiza que acuerden una ley bien hecha, sensata? Quiero decir, si llegasen a un mal acuerdo, ¿nos lo comemos porque ha sido fruto del sacrosanto pacto? No estoy yo por eso.
No obstante, dices algo que comparto: hay que sacar la escuela “de la lucha partidista y (que) le dé estabilidad de trabajo sobre unas líneas comunes, es decir que la educación no dependa de las veleidades políticas del gobierno de turno”. Pero eso sólo es aplicable a los conocimientos: las tablas de multiplicar, la geografía, el cálculo, etc. Todo lo demás, sí depende de las veleidades. Por tanto, todo lo demás es y será siempre partidista y, por eso mismo, debe salir del sistema que es pagado por todos y debe ser para todos.
Te sorprenderá saber que estoy de acuerdo con este párrafo tuyo: “Por ello, primero, quiero expresar en esta entrada que lo que dice la viñeta: «Este colegio inculca conocimientos, los niños vendrán educados de casa», es sencillamente imposible. Ambos elementos son inseparables, la escuela educa a través de la transmisión de conocimientos. Ni puede inculcar conocimientos sin educar, ni puede educar sin apoyarse en los conocimientos.”.
Estoy de acuerdo. Pero el modo en que el profesor educa (o el camarero de un bar o el mecánico del taller) es reforzando, dando por supuesto que el “cliente” ya está educado y exigiéndole la puesta en práctica de esa educación (eso se traduce en que te dan las gracias o te mandan a tomar viento e incluso no te atienden si no sabes comportarte educadamente. Y yo también educo: si no me tratan con educación, no vuelvo). La cuestión es que la escuela debe centrar su esfuerzo conscientemente en la transmisión de conocimientos y, para conseguir ese objetivo, hará que los chicos sean puntuales, respeten el turno de palabra de los otros, obedezcan al profesor, etc. Pero no porque el profesor quiera suplir a los padres, sino porque es el medio para conseguir su fin: que el niño atienda, realice las tareas en el tiempo establecido, etc es el medio para que aprenda las tablas de multiplicar o lo que sea. Y el profesor evaluará si el niño ha adquirido esos conocimientos. Y no evaluará otra cosa.
Vaya, he ido escribiendo según leía. Y veo que en tu siguiente párrafo te pones con lo que acabo de decir. Lo dejo para no complicar(me).
Tu segundo argumento. De acuerdo también. Pero sigue concluyendo a mi favor: tanto el alumno como el padre de la criatura (me reservo al profesor, por si lo mencionas más adelante) deben “sentir” qué está pasando ahí, deben tener claridad: ahí se está formando una persona en un aspecto concreto, aquel que los padres no llegan (por falta de tiempo o de conocimientos). Y lo que sentimos ante un tipo que ama su profesión, que disfruta transmitiendo lo que le apasiona, es muy educativo. En el sentido de Platón: que el maestro no enseña, sino que señala la dirección en que ve la luz. Y en ese ámbito limitado de los conocimientos, el profesor sólo puede y debe controlar qué conocimientos ha adquirido el alumno. Lo demás, eso que puede (o no, según lo sensible o zoquete que sea el receptor) ser percibido como la atmósfera emocional en que se produce la enseñanza, no debe entrar en la consideración del profesor. Y es importantísimo. Como es importantísimo que en el colegio puedo hacer los mejores amigos, que me duren toda la vida; o puedo encontrar novia. Todo importantísimo, pero la escuela no debe organizarse para que los chicos encuentren amigos o novia. Tampoco para impedirlo, claro.
Tu tercer argumento vuelve a concluir exactamente lo contrario de lo que pretendes. Puesto que los niños son seres en formación, habrá que evitar a toda costa que mis niños sean educados con tus valores, porque no están formados, no tienen capacidad crítica. Los conocimientos, claro que no son capaces de estructurarlos: ese es el papel del profesor: dotar al alumno de conocimientos estructuraditos. Proporciona al alumno aquellos aspectos que son comunes independientemente de que uno adore a Dios o al diablo. Lo contrario es manipular a los chiquillos, que es lo que hace nuestra escuela.
Ah, la “última idea” me encanta: “Y con todo esto apuntamos a las mayores dificultades de la escuela: atender toda una serie de demandas que parecen salirse de su tarea original y que si no se atienden la desvían de ella”. Eso su “tarea original”. Ok con todo. La cuestión es que la sociedad es un sistema complejo y no mejora sobrecargando las funciones de uno de sus elementos (la escuela a la que, como dices acertadamente, se la aparta de su “tarea original”). Por el contrario, el sistema funciona bien cuando cada uno de sus elementillos realiza bien su tarea: que los papás eduquen (y eso saben hacerlo. Luego pongo una línea sobre eso), la escuela transmita conocimientos y el taller me arregle el coche. Todo con cortesía, inteligencia emocional y buen rollito. Pero cada uno en su casa y Dios en la de todos.
Hasta aquí he ido siguiendo tu texto. Ahora añado un par de cositas de mi cosecha.
Los papis. Se les ha engañado diciendo que no están preparados para educar a sus hijos. Que los tiempos adelantan una barbaridad, como dice el chotis. Y los pobres padres se lo han creído. Esto es falso. Todos hemos crecido en una familia que nos ha educado de una determinada manera. Y yo ahora juzgo que mi padre acertó en esto (y, por tanto, procuro hacer lo mismo con mis hijos) y se equivocó en esto otro (y procuro evitarlo en la educación de mis hijos). Y, además, tengo amigos cuyos padres educaron igual que mis padres en unas cosas y de modo distinto en otras: y también juzgo los principios y sus resultados. Y eso es lo normal, lo que la humanidad va aprendiendo y transmitiendo a la siguiente generación. La burricie moderna que pretende que el mundo empezó hace cuatro días y que ya no vale nada y que uno no puede cruzar la calle si no está asesorado por una pléyade de psicopedagógos y un ejército de coachinges (jua, es broma), es que tiene un cuajo la cosa.
Los profesores. Curioso que al hablar de educación y escuela no salgan los profesores. En tu texto parece como si la “escuela” fuese una caja negra que obra como el bálsamo de Fierabrás. Pero resulta que dentro hay profes. Gentecilla con un educación, unos conocimientos, unas expectativas, unos valores. Y uno deja a sus retoños un montón de horas con esas gentes. En mi tesis (repito: la escuela transmite conocimientos y juzga –evalúa- el grado de adquisición de los mismos) ocurre que el profesor es un sujeto que ha estudiado, se ha formado, durante una serie de años para adquirir unos conocimientos (pongamos, como ejemplo, que el fulano en cuestión se ha metido 5 años en la Complu estudiando matemáticas); obviamente, yo le cedo gustoso a mis hijos para que le enseñe matemáticas. Porque ese profe sabe algo que yo ignoro (o sé matemáticas, pero ignoro historia y, en cualquier caso, no tengo tiempo para ocuparme de la formación matemática de mis hijos). Y ese profesor tiene, por lo dicho, autoridad ante mí, lo cual es transmitido (todo muy emocional, claro) por mí a mi hijo: lo que dice ese profesor en matemáticas, va a misa. Lo que dice sobre fútbol, Dios o el cambio climático, ya es otra cosa. De modo que el profesor cuenta de entrada con la autoridad reconocida por todos. Y el profesor va madurando en la profesión (como en cualquier otra: que una cosa es saber y otra ser capaz de enseñar, etc) y se siente (más inteligencia emocional de propina: porque no se busca) cada vez más sólido, seguro y, por tanto, mejora como profesional y como persona.
¿Qué pasa con los profesores en la vía contraria? Ojo: no digo qué pasaría (en condicional) sino qué pasa. Tenemos de hecho ese ruinoso sistema. Por tanto, podemos ver ya sus efectos. Sabrás que recientemente, en plena crisis económica, se convocaron oposiciones de maestro en tu pueblo, que es Madriz. Se presentaron varios miles de candidatos, muchos formados en prestigiosas universidades como la Complutense, muchos con años de docencia como interinos. Y se jugaban (insisto: en plena crisis) un puesto de trabajo fijo, para toda la vida, y bien pagado (siempre se puede pagar mejor, pero está bien). Por citar sólo un dato: sólo el 7% de los candidatos fue capaz de pasar correctamente de gramos a kilos y viceversa. O sea: no saben. No saben ni lo que sabe una Maruja de hace mil años que iba a comprar al mercado. Y esos son los profesores que tenemos (no los que “tendríamos”). A ver: ¿qué autoridad, qué prestigio, pueden tener? Esto viene de haber insistido en que el profesor debe educar, acoger, cuchicuchear, acompañar afectivamente al sursum corda: nada, que la “tarea esencial” brilla por su ausencia. Nada que extrañar si los colegios amorosos son más problemáticos que nunca, si los profesores son tratados sin ninguna consideración por alumnos y papis, etc.
Que no. Que la cuestión es que cada cosa debe estar en su sitio. Que cuando la escuela se dedica a transmitir conocimientos, los padres confían (con razón) en los profesores y transmiten esa confianza a sus hijos y al conjunto de la sociedad, los profesores se sienten valorados y maduran humana y profesionalmente y, por tanto, transmiten conocimientos en un clima de equilibrio emocional, de seguridad y claridad que hace que los niños se empapen de eso sin darse cuenta porque están centrados en traducir los kilos a gramos y los metros a hectómetros.
Q.e.d.