Hablo partiendo de un caso cercano en que he tenido ocasión de acercarme a las relaciones entre los alumnos de primero de primaria. Mis observaciones se dirigen más al profesor/a como centro de las relaciones que se producen en un aula. A mi entender esa es precisamente una de sus responsabilidades prioritarias.15455389_s

Se trata de una edad en que los alumnos en sus relaciones crean ya con claridad jerarquías sociales. Y el juego de pertenencia o no pertenencia al grupo se convierte en fundamental en el desarrollo de la autoestima y por tanto en el modo cómo se establece la presencia en  el ámbito social, elemento fundamental del crecimiento y del aprendizaje.

El modo de establecer esas jerarquías y la pertenencia o no al grupo es primeramente el uso de la palabra y en segundo lugar de la violencia física. La palabra se utiliza muy eficazmente como un ladrillo que se arroja contra la cabeza del otro niño y cualquier diferencia observada es suficiente para convertirla en un arma arrojadiza. Desde luego están las diferencias culturales: “gitano”, “moro”, etc., y también el color de la piel, el aspecto que se diferencia de la mayoría: “negro”. También se puede utilizar cualquier elemento que en un momento determinado produzca una diferencia, como unos granos en la cara, que pueden dejar a una niña marcada emocionalmente durante mucho tiempo. Cuando decimos que los niños son crueles, nos referimos a este uso de la palabra que no ha sido aún matizada por la experiencia y que se utiliza así sin matices, sencillamente como arma y sin empatía. Toda esta serie de palabras que se utilizan como diferenciación, como fronteras entre los diversos grupos y jerarquías sociales va acompañada de una violencia física a veces muy difícil de controlar y que se muestra en cualquier momento de la convivencia. Se pega, en su mayor parte no se establecen peleas estables, sino que son golpes que se propinan, como un modo de manifestar la propia jerarquía y superioridad. La relación entre perfil psicológico y perfil físico aún no está bien percibida y pegar es manifestación de superioridad.

Desde el punto de vista emocional en los acosadores, los elegidos, los superiores aparece un sentido de la superioridad y de la propia valía, afirmada de modos tan toscos como eficaces. Debajo de esta conducta se encuentra la emoción básica del asco o rechazo, que marca los límites de lo que es aceptable o no socialmente, dentro del incipiente, pero bien marcado, grupo social que conforman los niños. En los descartados la aparición del miedo, del sentirse excluidos, de sentimientos que acaban afectando con fuerza la propia autoestima.

Hay que tener en cuenta que la familia tiene muy poca capacidad de intervención y cuando lo hace normalmente es para añadir elementos arrojadizos a la disputa verbal. Se ve todos los días cuando unos niños agreden a otro, conozco el caso de un gitano al que llamaban así, gitano, su abuela se acercó al agresor y le dijo: “como se lo vuelvas a repetir, te arranco los ojos”. Respuesta eficaz en el caso concreto y que habla del profundo y admirable sentido de pertenencia que tienen los gitanos que les lleva a defender a los suyos. Pero como resulta evidente estas actuaciones no resuelven el problema desde el punto de vista del conjunto del aula e instaura la violencia como valor aprobado. Ni que decir tiene todos los problemas derivados que pueden surgir por las disputas de las familias entre ellas.

Por esto también, la clave de todo este galimatías de relaciones se encuentra en el profesor que encarna la autoridad y el vínculo que establezca, o no, con los niños va a ser determinante para la evolución de este incipiente magma social.

Si el profesor se centra en mantener la autoridad, va a ser un vigilante del orden y debajo de ese orden aparente van a pulular todas las corrientes y formarse todos los grupos y grupitos. Además se generarán muchas injusticias, porque el profesor va a juzgar solo por lo que ve y todo un submundo, donde realmente se juegan y se forman estas relaciones, van a quedar por debajo. En este caso la relación del profesor está basada en el miedo a su autoridad en los niños, es decir en el mismo fundamento en el que el rechazo se establece a nivel de los alumnos.

Si el profesor se centra en establecer relaciones positivas con sus alumnos, en crear vínculo y confianza, tendrá la posibilidad de influir realmente en la formación de las personalidades alrededor de valores: respeto a la persona, básicamente. Pero esto parte de que efectivamente el profesor respete a sus alumnos en cuanto personas.

En mi opinión los profesores en muchos casos no están preparados para este tipo de gestión de las relaciones y se encuentran actuando según el principio de acción-reacción: reaccionando a los episodios (violencia o insultos) que se producen, sin realmente llegar a ser capaces de manejar las relaciones, de acercarse y crear confianza con sus alumnos. Todo esto a la edad de 1º de primaria es grave porque estamos hablando de niños entre 6 y 7 años.

Me parece que ya he explicado mi opinión sobre cómo se genera el acoso y resulta evidente que es necesario implementar en la escuela la educación emocional. Pero no solo como un elemento preventivo de males mayores, sino como una necesidad perentoria de la escuela hoy, para instaurarla sobre una base sólida de respeto a la persona. Evidentemente la experiencia proporciona muchas armas a los profesores, y muchos las han ido adquiriendo con el tiempo, pero no se puede sencillamente dejar este tema a que los profesores adquieran esa experiencia, sino que deben recibir una formación específica.