Resumen: la aceptación es un paso de la gestión emocional, un paso necesario, ineludible, que nos pone en disyuntivas vitales, las que van a ir conformando nuestra vida, su trazo biográfico.
Aceptar la emoción es uno de los pasos de la gestión emocional. Es un paso que no se puede sortear y de los primeros, pues abre el camino a la gestión. Es el paso que introduce a la persona en su experiencia y da la posibilidad de convertir a esta en positiva. Sin esta aceptación las experiencias siguen siendo algo que nos ha pasado, que incluso nos ha golpeado, que podemos llegar a sentir que incluso nos ha destruido, pero no podemos manejar lo que nos pasa. La aceptación nos introduce en la realidad, nos indica el camino hacia ella, y no podemos vivir fuera de la realidad.
Hace un tiempo estuve en una sesión con madres y padres de niños autistas. Yo había planteado la sesión de un modo, pero «tropezamos» con la aceptación. Realmente de frente a experiencias así uno se siente siempre un invitado a algo que merece un infinito respeto. No se puede forzar la aceptación de la experiencia de otra persona. Se puede facilitar de algún modo, pero la palabra que más me surge es respeto, y lo digo varias veces: respeto, respeto y respeto: hay que respetar los sentimientos de las personas, porque son lo más central del ser humano. Entre los varios sentimientos que me suscitaron los comentarios está el de admiración: es un hecho humano fundamental el de estos padres y madres que afrontan la vida aceptando la minusvalía de su hijo, una minusvalía que no tiene actualmente cura. Yo no soy capaz de reducirlo a palabras, yo solo siento gratitud porque me hayan confiado su intimidad, sus sentimientos y emociones de un momento tan importante, tan importante y tan difícil, de sus vidas.
Lo que se acepta es la experiencia, la vivencia, con los sentimientos que genera. Lo que resulta difícil es aceptar los sentimientos en que viene envuelta, el miedo, la angustia, la tristeza que nos embarga, las ilusiones tronchadas, … La vivencia, la experiencia, no la podemos negar: ahí está delante de nosotros, no la podemos sortear. Bueno en realidad si podemos y la negamos un tiempo: «esto no me ha pasado a mí», «esto no me puede estar pasando a mí, la vida no puede ser tan injusta». Bueno, pero ha pasado y entonces nos ha puesto en la disyuntiva, las cosas no van a volver a ser iguales, tanto si la aceptamos como si no, nuestra vida ya es diferente.
Estas ideas funcionan en realidad para las experiencias con alguna carga significativa en nuestra vida, especialmente para las que denominamos negativas, no podemos hacer como si no están, no podemos dar el cambiazo a esos sentimientos por otros aparentemente mejores, porque sería un engaño morrocotudo. La aceptación es el último paso del proceso de duelo según Kubler-Ross, el que lleva a la superación de la pérdida, aquel al que nos lleva emocionalmente la tristeza. La tristeza actúa emocionalmente hasta la aceptación, hasta que nuestro sistema emocional acepta la pérdida y nuestro ser puede emprender caminos donde ya no está aquello que perdimos.
Estas disyuntivas de vivencias que debemos aceptar o no, las afrontamos con una cierta frecuencia, la vida nos las pone delante, el arte de vivir se juega en la respuesta que damos. No responder a ellas no implica resolverlas, pues las emociones esperan hasta que queramos dar una repuesta, ahí, bien almacenadas en nuestro cuerpo, por ello, más bien implicaría un atasco. Nuestro aprendizaje, nuestra observación, nuestra experiencia se atascan, forman un gran nudo que nos va a esperar, enroscado en algún lugar de nuestro cuerpo, quizá de nuestro estómago, hasta que queramos prestarle atención.
Los demás solo pueden ser espectadores, a veces se encuentran incluso obligados a esperar, muchas veces nos ayudan a comprender lo que nos está pasando, pero somos nosotros quienes estamos en la disyuntiva y solo nosotros tenemos la respuesta, aceptar.
La valentía de aceptar nos va a permitir vivir.
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