El País publica la noticia en su edición del 23 de mayo de 2015 con todos los detalles del caso: denuncia hace un mes de los padres, negación por parte de la consejería de Educación de que hubiese otros problemas, el centro que tiene solo una orientadora para 1.200 alumnos (fruto de esos recortes en la Educación que la autoridad política dice que no ha habido).
Yo no puedo dejar de comentar esta noticia, siquiera como recuerdo de esta chica que ha finalizado sus días ante la impotencia de un sistema que no termina de ser capaz ni de ser realmente inclusivo y ser la Educación para todos obligatoria que propone la constitución, ni siquiera de afrontar los problemas de relación de los alumnos.
Esta chica nos pone delante de una impotencia, ella ha preferido irse a seguir viviendo en un mundo cuesta arriba que no podía escalar. «Estoy cansada de vivir», escribió a sus amigas en un mensaje, cansada ya de vivir con 16 años.
Cuando ella se va algo nuestro se va. ¿Qué le hemos ofrecido? La red está plagada de mensajes de que lo importante de la educación no son los resultados académicos, sino la felicidad de los alumnos. Si no saben ser felices, si no pueden serlo todo lo demás resulta superfluo. Esta niña nos lo pone delante de los ojos. Quizá no se trata de la felicidad con mayúsculas, que es a lo que suena la felicidad como objetivo. Pero resulta claro que un mínimo de felicidad y de bienestar hay que proporcionar a los alumnos, a todos, tengan o no discapacidad, porque esos son los hijos reales que caminan por nuestras calles en este momento.
Quizá una orientación al bienestar sea más fácil de concretar que felicidad pero es que ni siquiera bienestar es un objetivo para un sistema educativo sin medios y sometido a montones de exigencias dispares: poner en condiciones de una salida profesional, lograr cumplir las exigencias de los planes de estudio, vadearse con la falta de medios de orientadores, de PT, de formación adecuada.
Pero y qué sucede con la instancia superior, la consejería, que parece siempre más preocupada en salvar la cara, que en aportar medios y afrontar los problemas. Lo mismo la policía receptora de la denuncia, que no parece haber tomado iniciativa alguna, o quizá es que se sienten tan incapacitados como el resto, con las manos atadas.
Y la familia, que no es capaz de llegar a percibir lo que está sucediendo, sino cuando el problema es ya tan grave como irresoluble.
Los problemas de convivencia y relación son fundamentales para un adolescente que en su desarrollo se ha girado desde el contexto familiar a establecer lazos prioritariamente con sus iguales. En los centros se dan todo tipos de problemas de relación y el acoso se está convirtiendo en una dificultad insalvable. Hay todo tipo de intentos de resolver estos conflictos, planes de convivencia, protocolos de actuación, sistema de gestión del conflicto, pero parece sencillamente intentar poner murallas de arena de la playa a una marea que sube. El caso es que la desprotección de una menor discapacitada ante un acosador nos deja helados.
Pero después de leer la cantidad de artículos de opinión que se han escrito sobre este tema, llama la atención que, en ninguno de ellos, hablan del acosador como responsable del hecho ni de su familia. Solo que lo han cambiado de centro muy rápidamente. Hay algunas informaciones sobre él cuanto menos sorprendentes. Es evidente que para que una persona, actúe de tal modo, debe tener algún tipo de trastorno, biológico, familiar, social o de la naturaleza que sea, que le impulsa a actuar de esa manera. De tal forma que nos encontramos en la siguiente disyuntiva. Si es un trastorno biológico y la familia está al corriente. ¿Por qué no lo han puesto en conocimiento del centro para que actúe en consecuencia desde el ingreso del niño en el mismo? Si el trastorno viene por una situación familiar de desatención o de inestabilidad familiar, ¿por qué no actúa la fiscalía de menores como acusación contra los padres para retirarles la custodia? Además está la actuación preventiva del centro educativo, de su atención a las relaciones que se producen en él: ¿qué sabían del comportamiento de este alumno?, ¿qué han hecho?, ¿qué medios tienen para intervenir? Quizá va a resultar que nuestros institutos son agrupaciones sociales masificadas donde se dan todos los comportamientos sin posibilidades de intervención real.
Vistas todas las personas y todas las instancias que han intervenido, lo que sigue quedando en mi es un profundo malestar porque de algún modo todos fallan y entre todos esos fallos sumados se cuela como agua de una cisterna agrietada esta niña que ha sido tan infeliz que le ha sido incapaz de afrontar la vida.
Seguramente la respuesta no está en el análisis de todos los elementos de un sistema, sino en que nos preguntemos cómo podemos hacer el sistema más humano, más cercano, como podemos hacer que haya personas realmente presentes en él. Pienso que solo la presencia de personas, con una realmente cercana a esta niña, capaz de detectar su sufrimiento hubiera bastado, hubiera podido sintetizar los datos y saber acercarse a las reales necesidades de una niña discapacitada de 16 años que nos ha dejado cansada de vivir.
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