Acaba la clase y un alumno se acerca a la maestra, una colaboradora mía en una ciudad de la costa: «¿Verdad que hoy me he portado bien?». La pregunta le produce a la maestra una pena infinita: ve a un alumno con dificultades de adaptación al sistema escolar, a estar sentado tantas horas, a relacionarse con los demás, centrado en portarse bien. Es el resultado de todo un curso, en realidad todo un recorrido escolar que ha buscado sobre todo una disciplina adecuada en el aula.
Quizá el lenguaje es más cercano al utilizado habitualmente si digo que el alumno padece síndrome TDAH y otros problemas de conducta y una situación familiar que digamos, para ser suaves, le apoya poco en su pugna para conseguir adaptarse a la escuela.
La respuesta de la maestra al alumno fue: «Debe ser un rollo venir a cole para portarse bien, desde luego para mí lo sería». El objetivo de portarse bien, que de un modo u otro se le ha trasladado al alumno, y hay mil razones que nos hacen comprender que sea así, no es nada animante para el alumno y con seguridad contribuye a encerrarle en ese círculo vicioso del portarse bien o mal. Si el alumno se siente enfocado a “portarse bien” de modo indudable el colegio se le va a convertir en un peso insoportable, en una lucha consigo mismo, difícil, ardua,…
El objetivo en un colegio no puede ser otro que el obvio: aprender. La escuela no es un correccional, ni un centro de psicología para resolver traumas, es el lugar de la enseñanza y el aprendizaje, y todos y cada uno de los alumnos deben percibir ese objetivo con claridad. No pueden estar contentos porque se han portado bien, deben estar contentos porque han aprendido, porque perciben que aprenden. Los límites deben estar todos en función de aprender, de trabajo. Si aprenden van bien, si no aprenden, por muy bien que se porten, van mal.
La línea de trabajo actual es la inclusión, esto implica que alumnos con diferentes diagnósticos son admitidos en el aula. Si lo son, eso quiere decir que se confía en que pueden aprender: a eso es a lo que hay que enfocarlos, ese es el objetivo que deben percibir con claridad. Para eso el docente, profesor o maestro, debe de verdad confiar en cada uno de ellos, confiar en que va a aprender, y apuntar a ese objetivo decididamente.
Como conclusión voy a recordar las 4 condiciones de la relación docente-alumno para la educación emocional:
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Empatía con el alumn@
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Aceptación positiva del alumn@
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Autenticidad y honestidad del docente
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Poner objetivos exigentes y adecuados al alumn@.
Nuestra situación se refiere a esta cuarta condición, que es clave, porque la relación del docente está finalizada al aprendizaje y porque el alumn@ necesita un sentido para todas esas horas que pasa en la escuela. Necesita un sentido, una meta, una esperanza.
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