Sí, porque yo fui al colegio en Madrid desde 1958 hasta 1971, desde mis 4 hasta los 17 años en que entré en la Universidad. Es decir cogí de lleno los años 60, los años de los hippies, de la guerra de Vietnam y las protestas, de la muerte de Kennedy, yo todavía recuerdo ese día en el patio del colegio todos comentando no sé qué, porque no sabíamos mucho ni de USA ni de la noticia, pero impresionados. Los años de uno más de los machaques de los israelíes a los palestinos, la guerra del 67 que consolidó el aparheit en que todavía viven los palestinos y que yo seguía en las noticias haciendo mi propio mapa con los cambios de cada día como si fuera un juego de Risk, ajeno a injusticias y a la realidad de la muerte.
Nuestras aulas tenían estrado que abarcaba toda la pared delantera. Porque había parte de delante y parte de atrás. En el estrado estaba la mesa del profesor y la pizarra por ello cuando ibas a la pizarra estabas a la vista de toda la clase, expuesto a las miradas de todos.
Los pupitres de madera de dos plazas estaban en filas, todos mirando hacia el estrado en filas separadas. Tenían un cajón de madera donde debías meter la cartera y en su reborde superior había un hueco para meter el tintero. El tintero era necesario para las clases de caligrafía que se hacían con plumín, que debía ser con corona, los otros modelos no servían y tinta china, tampoco había otras tintas, los chinos tenían el monopolio. Todo “debía ser” de determinado modo, había montones de “debía ser”.
Por supuesto mi clase era toda de chicos. No será hasta que llegue al curso previo a la universidad, ya en los años 70, cuando comenzarán las clases a ser mixtas. Vaya palabra “mixta”, pero era la que se utilizaba.
Éramos muchos por aula, entre 40 y 50, pero estábamos separados, solo mirando al profesor, cualquier otro contacto estaba prohibido. No podías mirar a los lados ni por supuesto tampoco atrás. Teníamos que estar en silencio la hora entera que duraba cada clase y solo podíamos hablar en los breves tiempos entre clases mientras cambiaba el profesor.
Se configuraba una organización fuertemente autoritaria, ante todo y sobre todo autoritaria, lo más lejana de la idea del trabajo en equipo de la formación de grupo, toda orientada al profesor, y enteramente dirigida por él, que tenía el protagonismo total de la clase. Tenía casi poder de vida o muerte.
Porque el tono era fuertemente disciplinario. Los alumnos debíamos ser obedientes y tranquilos, callados. Todavía recuerdo que una vez me quedé castigado en el colegio después del horario lectivo porque había estornudado debido a mi alergia primaveral, pero según el entender del profesor demasiado fuerte. Si hablabas en clase eras castigado, primero en el extremo del estrado de pie mirando la pared. Si al profesor le parecía que eso era poco, entonces de rodillas ante el estrado mirando a la pizarra. Si eso no era suficiente al parecer del profesor, entonces al pasillo, al lado de la puerta de la clase. Eso era terreno peligroso porque podía pasar el director o alguno de los curas. Yo tuve un profesor, el de ciencias de 5º de bachiller, que en una buena temporada del curso, según entraba en clase, me sacaba al pasillo y llegué a conocer bien al director que pasaba por allí diariamente, aunque en mi recuerdo se aleja bastante del ogro, sencillamente me preguntaba cada día si estaba otra vez allí.
El sistema represivo estaba reforzado por el castigo físico, el profesor te pedía que levantaras la mano con los dedos juntos y con una regla de madera le atizaba con fuerza a esos dedos juntos. Ese mismo profesor de ciencias, que ha dejado huella en mí, aunque debo decir que también me dio la matrícula de honor, tenía un palo famoso al que llamaba Margarito. Era verdaderamente temido por los alumnos.
El castigo físico era habitual, coger de la oreja cuando estabas sentado en el pupitre y tirar para arriba, o de las patillas. Recuerdo un día que llovía y durante el recreo le pregunté a un compañero de clase que le pasaba en el ojo, tenía un ojo con algo así como una nube y a mí me intrigaba, yo tendría diez u once años. Al cabo de un rato me hizo llamar un cura que estaba vigilando el recreo, fui hacia él pero no tuve oportunidad de llegar, una bofetada me sumergió en un charco de barro, mientras el cura gritaba no sé muy bien qué porque yo solo recuerdo el calor de mi mejilla y mi oreja que se iban poniendo progresivamente rojos.
¿Por qué cuento todo esto? Primero porque aunque nos parece lejano y no está en la memoria de muchos es nuestro pasado cercano y es malo olvidar la historia. Segundo porque han variado muchas cosas desde entonces, y es importante constatarlo. Tercero porque no han variado tantas cosas y el rastro de esa época es posible descubrirlo también por todas partes.
Mi intención es por tanto hacer consciente el sistema del que venimos y teniéndolo presente ver si realmente la educación está cambiando de fondo y qué es lo que queremos realmente cambiar en la educación.
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