Esta entrada se produce en el contexto de una intervención para gestión emocional en infantil/inicial y quiero establecer dos principios de una forma clara: el miedo se gestiona desde la seguridad y la seguridad la proporciona el vínculo.
Los niños de infantil/inicial son los que evidentemente menos desarrollado tienen el lenguaje verbal, pero su comunicación es excelente y precisa, y se lee desde la empatía que debe tener el docente. La dificultad para el docente de esas edades consiste en que se encuentra muy alejado existencialmente del niño. La capacidad para empatizar con el niño marca precisamente una condición necesaria para que un docente pueda serlo a este nivel de la educación. Sin empatía con el alumno no se puede ser docente. Mi pregunta para conocer ese nivel de empatía es la siguiente: ¿qué siente un niño durante una rabieta? Si la respuesta es, como he oído con mayor frecuencia de la que me gustaría, «se ha emperelijado», «quiere imponer su voluntad», «quiere salirse con la suya», «es un cabezota», «no razona»… esto quiere decir que el docente adulto trabaja desde su propio marco mental y no se ha acercado al marco mental del niño. El niño vive el vínculo, para él el vínculo lo es todo, su vínculo con las figuras significativas, entre las que se encuentra, no hay que olvidarlo, el docente, «la seño», y todas sus necesidades las satisface desde el vínculo, de modo que cuando el vínculo se instala en una situación de incomprensión de su necesidad la impotencia del niño es total, no tiene otro modo de conseguir lo que quiere. Sus necesidades son satisfechas a través del vínculo, exactamente lo contrario de lo que podríamos definir como adulto: quien satisface las propias necesidades por si mismo, quien es capaz de conseguir satisfacer lo que necesita por si mismo. Por eso cuando la persona con la que tiene el vínculo le abandona, su abandono es total, su impotencia es total. En una rabieta lo que un niño experimenta es una gran impotencia, una impotencia inmensa porque no puede satisfacer su necesidad, no puede de ningún modo conseguir ese helado que quiere. Aprender a llevar esta fortísima frustración es un aprendizaje espectacular. Uno de los aprendizajes, de los saltos en el aprendizaje mayores de toda la vida.
Por eso ese salto tiene que darse desde la seguridad del vínculo. El docente tiene que cuidar y asegurar el vínculo al niño y desde ahí trabajar la frustración, no dejarle solo con su frustración. Esos aprendizajes debe hacerlos acompañado: esa es la función del maestro, y por eso este precisa de la empatía como herramienta fundamental. Tiene que responder a las demandas del niño cuando estas son primarias, cuando se insertan en sus necesidades. El docente tiene que aprender a entender el lenguaje del niño, un lenguaje que es emocional, y saber responder a él.
Hay un principio de Oscar Wilde que puede servir perfectamente aquí como guía: quieres niños buenos (esto sería el objetivo de la educación), hazlos felices. Lo que aquí se aporta es el modo de hacerlos felices: cuida el vínculo con él, trabaja siempre desde la seguridad.
También me parece necesario citar a John Bowlby en cuyos trabajos se fundamentan los desarrollos en este área y espero que esta influencia contribuya a que cambie de forma profunda el modo en que nos relacionamos con los bebes y los niños hasta 6 años.
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