Entrada escrita por Teresa Escudero, doula emocional
Durante el puerperio, de manera fisiológica, el cerebro de la madre se vuelca en el recién nacido. Esta “exclusividad” del deseo materno por el hijo, puede hacer que el padre se sienta “fuera de onda”, sin un papel claro, sin saber qué hacer.
Sabemos que el cerebro de la madre cambia durante el embarazo, las células embrionarias del bebé pasan al torrente sanguíneo y “renuevan” todo el cuerpo de la madre, creando nuevas conexiones neuronales, y estimulando precisamente ese cambio del que hablábamos al principio. Para la naturaleza, el importante es el recién nacido, así que cuando la criatura nace, se produce un “cóctel” hormonal, dominado por la prolactina, que propicia que la madre se centre en el hijo, y se olvide un poco de todo lo demás.
En estos momentos hay muchos tipos de familia, pero aquí voy a hablar exclusivamente de la familia tradicional heterosexual, en la que la pareja de la madre es el padre del niño (¡¡o por lo menos así lo cree él!!). Las familias monoparentales u homosexuales precisarían un artículo aparte.
Igual que cambia el cerebro de la madre, se ha comprobado que cuando el padre establece un vínculo con su hijo, su cerebro también cambia, se crean conexiones nuevas, su alerta está más activa (por eso los padres, al igual que las madres, también pueden dormir con los niños y el riesgo de “aplastarlos” es mínimo a menos que el padre haya tomado algún sedante o tenga una obesidad mórbida), y es característico que los “padres” mamíferos, sobre todo los que son mamíferos sociales, desarrollen un instinto de protección de la prole que supera su propia necesidad de supervivencia.
Hasta aquí lo que es “fisiológico”, es decir, lo que llevamos en los genes y se produce de manera natural, cuando todas las condiciones son adecuadas. ¿A qué me refiero con las condiciones adecuadas? Un padre necesita, igual que una madre, establecer contacto con el niño cuanto antes. Cuando un padre puede establecer contacto con su hijo de manera temprana, olerlo, tocarlo, acariciarlo, hacer piel con piel, hay algo que despierta en su cerebro primitivo. La mayoría de los padres con los que he hablado me cuentan que sienten una felicidad difícil de describir, mezclada con un sentimiento de responsabilidad y de deseo de protección de la criatura que tienen en brazos. Este sentimiento para mí tiene que ver con lo que yo llamo “instinto paternal”, porque parece muy generalizado y no tiene que ver con la idea que tenga el padre de lo que es “ser un buen padre” (imperativo cultural), o sus ideas sobre el género, sobre lo que tiene que hacer un hombre o una mujer.
Creo que el sentimiento de protección nos surge a todos cuando vemos un cachorro desvalido, sea de la especie que sea, pero en el caso de los padres ese sentimiento viene acompañado de la convicción de que, por proteger a su hijo, serían capaces de arriesgar su propia vida, a eso es a lo que yo llamo “instinto paternal”.
Como siempre, el problema es que nuestra sociedad ha complicado la situación desde el principio: No se valora el papel del padre, se le dan quince días de permiso para “hacer papeles” y luego se le manda a trabajar, por supuesto fuera de casa, y se le aleja de su mujer y de su hijo en el momento en que ellos más le necesitan. Además el sentimiento de ternura que siente el padre hacia el hijo también se ha censurado, por lo menos hasta hace poco. Si el hombre se emocionaba al coger a su hijo, si se le saltaban las lágrimas, si sentía la necesidad de acudir a su cuna simplemente para verlo, se le acusaba de ser “poco hombre”. El patriarcado, tan cruel con las mujeres, lo ha sido también con los hombres al robarles la experiencia plena de la paternidad.
En el padre se puede dar la sensación de extrañeza que describíamos en la madre, con el agravante de que, al no tocar al niño con tanta libertad como hace la madre (parece que limpiar al niño, hacerle un masaje, cambiarlo de ropa… también son “cosas de mujeres”, y a menudo los padres no hacen nada porque las madres, abuelas, tías, etc., ¡NO LES DEJAN!!!), y por supuesto, al no dar de mamar, esa falta de contacto puede provocar que el bebé se convierta efectivamente en un extraño para el hombre con el que comparte la mitad de su genética.
Es fundamental que la doula anime al padre a implicarse en las cosas que PUEDE hacer. Es decir… ABSOLUTAMENTE TODO, excepto dar de mamar. Y es fundamental que se le permita al padre hacer TODO, aunque tarde más, aunque se encuentre un poco torpe al principio. Cambiar a un niño, darle un masaje, bañarlo… son técnicas que todo el mundo puede aprender: ¡¡SÍ, los hombres también pueden!!
Algo específico de los padres es la sensación de que han perdido a su pareja. Es frecuente, por la escasa educación emocional de esta sociedad en general, y de los varones en particular, que sea la mujer la que está pendiente de los sentimientos de su pareja varón. La mujer es la “gestora emocional” de la pareja… pero cuando aparece el bebé, en general no puede estar “a dos bandas”.
Yo a los padres les suelo decir que cuando llega el bebé, en casa sólo hay sitio para un niño, el bebé. Con esto quiero decir que el padre tiene que “crecer” emocionalmente y hacerse cargo de sí mismo y de su mujer. Al convertirse en padre comienza su verdadera andadura como adulto, y este crecimiento emocional puede ser la experiencia más hermosa… o la más aterradora de su vida.
El padre, de repente y sin previo aviso, se encuentra con un montón de emociones nuevas. Emociones que no sólo no sabe nombrar, porque nadie le ha enseñado, sino que además se las encuentra, a veces por primera vez en su vida, “solo ante el peligro”. El padre se encuentra solo ante emociones que le embargan y le hacen perder el control sobre sí mismo. En medio de esta tormenta emocional, tiene al lado a una mujer puérpera que está viviendo su propio huracán, y ya no está disponible para él.
Este momento es especialmente delicado, y la doula puede hacer aquí de “catalizador”, explicando en cada momento cuáles son los sentimientos que están surgiendo, ayudando al padre a expresarlos y a pedir lo que necesita, al igual que lo hace con la madre. Las emociones básicas son iguales en todos los humanos, y nos informan de lo mismo. La doula tiene la misión de reconocerlas tanto en el padre como en la madre y de ayudarlos a reencontrarse.
Igual que la madre ha cambiado para siempre desde que se quedó embarazada, el padre cambia para siempre la primera vez que sostiene a su hijo en brazos. La escala de valores, las preocupaciones, los intereses, los proyectos y deseos… nunca vuelven a ser los mismos una vez que nace el hijo. La doula tiene que saber esto y ser espejo de esta situación para los padres y madres. Cuando nace el niño, ciertamente nace la familia, pero de algún modo muere la pareja tal y como era antes de la llegada del hijo. Es fundamental que la doula tenga claro que esta situación se puede parecer mucho a un duelo, y puede generar mucha tristeza, mezclada con la alegría de tener al niño que hemos deseado. De la buena gestión de ese duelo, del acompañamiento al padre durante los primeros meses de adaptación a la nueva situación, dependerá el establecimiento del vínculo entre el padre y su hijo, la recuperación de la pareja en su nuevo rol de padre y madre, y de alguna manera depende también el futuro de ese niño, de esa niña. Si algo he aprendido como pediatra es que la salud de los niños tiene muchísimo que ver con la salud emocional de los padres y madres.
Como doula, considero que recuperar la ternura en la relación padre-hijo, recuperar lo que yo llamo “instinto paternal”, es clave para construir una nueva forma de criar. Os dejo con unas reflexiones de una madre veterana, que ha querido hacer un homenaje a los padres, desde el amor y la aceptación, espero que os guste tanto como a mí. Este es el link: De madre a padre.
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