He escrito una entrada en mi blog de Antropología Emocional sobre cómo funciona la atención que recomiendo como introducción a esta, que quiero sea mucho más práctica.
Para ello comienzo por el título: estamos donde está nuestra atención, nos encontramos presentes allí donde esté nuestra atención. Donde no hay atención, no hay presencia. Esto es algo muy obvio. Si un niño está distraído en clase y lo observamos le vamos a decir: «Fulanito, vuelve aquí con todos!». Mi madre me decía: «estás en Belén con los pastores», con ello me quería decir que no estaba allí presente, que mi atención se había ido detrás de mi imaginación, en mundos despegados de la tierra.
La atención marca la presencia y detrás de ella quienes somos nosotros. Nuestra vida se va a configurar con nuestros intereses y deseos, y estos van detrás de nuestra atención, o mejor dicho, los intereses y deseos reales son aquellos que tienen nuestra atención. Si decimos que nos interesamos por alguien, pero no ponemos nuestra atención, acabará diciéndonos, no te interesas en mí, no piensas en mí, no soy merecedor de tu atención. Si algo no pasa por nuestra atención no se va a hacer realidad en nuestra vida. Si algo tiene nuestra atención tiene también muchas posibilidades de hacerse real en nuestra vida, más posibilidades cuanta más atención haya captado.
El enamoramiento, decía Ortega, es una alteración de la atención. Yo digo que es una concentración de la atención en el objeto amado, sea una persona, sea un grupo de música, sea jugar al béisbol. Decir que amamos a alguien o algo se puede comprobar perfectamente por la atención que le ponemos. Las cosas van a entrar en nuestra vida en la medida en que les dediquemos atención, si queremos que salgan el modo es retirarles atención. La atención es nuestra herramienta clave para determinar precisamente dónde estamos, nuestra presencia real. Retirada la atención, la relación irá muriendo.
Evidentemente hay elementos pertenecientes a las necesidades básicas que se presentan de forma periódica en nuestra conciencia y reclaman nuestra atención. Se trata de elementos que no desaparecen. El hambre, el deseo sexual, la necesidad de moverse,… forman parte del panorama habitual de estímulos que reclaman nuestra consideración. Aún en estos, a los que tarde o temprano no podremos eludir prestarles la atención, podemos decidir cuándo hacerlo. Y al darles nuestra atención le estamos dando fuerza, carta de realidad.
Por tanto quiero llegar a una idea importante. Nuestra atención en el fondo somos nosotros mismos y prestarla o no depende de nosotros. Está en nuestra mano decidir en qué poner la atención y ese trabajo acaba decidiendo quienes somos nosotros. La atención tiene que ver muy directamente con nuestra libertad. Trabajar la atención es trabajar la libertad.
También podemos saber lo que amamos recorriendo precisamente aquello a lo que le ponemos la atención. ¿Cuántas veces pienso en mi pareja a lo largo de un día? ¿Y en el sexo? ¿Y en mi trabajo? ¿Y en la justicia social y los derechos humanos? ¿Y en tal amigo?
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