Hay una corriente muy extendida entre los que practican coaching y entre quienes trabajan o confían en la inteligencia emocional, que incluso parece estar marcando la profesión misma del coach, que dice que el éxito depende de uno mismo, que cada uno llega a dónde quiere llegar y si no lo consigue es porque no lo ha deseado lo bastante, o no se lo ha creído de verdad, o por creencias limitadoras personales… en cualquier caso a causas imputables a uno mismo. Esta corriente se podría denominar del positivismo a ultranza: consigues lo que quieres, y lo que quieres puede ser cualquier cosa que sea deseable.

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Como toda corriente se basa en algunos elementos constructivos y necesarios como la necesidad de positividad, ya que desde una posición derrotista es imposible conseguir metas, y también refleja elementos carentes en la sociedad como trabajos inmensamente monótonos y la sensación generalizada de no ser dueños del propio destino, de tener que aceptar una vida que ya está organizada y que permite pocas salidas de los caminos marcados, que además se ve como poco natural, artificiosa, etc. Toda esta insatisfacción mezclada con una creciente desconfianza en las clases directivas de la sociedad y la sensación de ser sencillamente piezas de un engranaje que no se domina, llevan a buscar salidas, a que emocionalmente haya una propensión a aceptar ilusionantes expectativas.

En ese ambiente estas promesas del coaching, apoyadas en unos cuantos libros de autoayuda y generalizadas a lo largo y a lo ancho del mundo con mensajes de ¡Tu puedes!, vienen precisamente a llenar necesidades fuertemente sentidas, especialmente de libertad, de poseer la propia vida, de poder decidir sobre ella.

Sin embargo hay algo que se llama realidad y que cada uno puede considerar como quiera, pero que es tozuda y está ahí, y los Ferrari prometidos son un número limitado y a pesar de ser objeto de deseo de mucha gente, siguen siendo un número limitado, porque eso es precisamente el ser pocos y deseados por muchos lo que los constituye objeto de deseo universal. Que quiere esto decir que hay muchas frustraciones generadas por las promesas, y que, sobre todo, se está generando un fuerte sentido de culpabilidad, porque, si todo depende de mí, y no llego a la meta prefijada, si no hay un Ferrari en mi garaje, porque ni siquiera hay garaje, … ¿de quién es la culpa? Claramente mía, porque tengo demasiadas creencias limitantes, porque no deseo las cosas con una intensidad suficiente y además no he puesto el empeño necesario, … en resumen porque soy una persona que es poca cosa, que no ha conseguido lo que se propone, que en la vida no es nada, … Y en vez de éxito tenemos culpa y el derrumbe de una autoestima artificialmente montada.

Antes del proceso teníamos una persona resignada a fuerzas que no lograba dominar, al final de él tenemos una persona que además de resignación y frustración se siente culpabilizada porque a pesar de poder hacerlo, no ha sido capaz de lograr sus sueños.

Hay que tener cuidado con lo que se promete, con las creencias que se generan. Se está generando toda una nueva religión de la positividad, de la felicidad, de que todo es posible, de que todo es alcanzable, y cada vez parece haber más creyentes y más seguidores y se generan flujos de negocio increíbles, que parecen jugar y crecer con la credulidad de la gente, con su frustración, con sus necesidades insatisfechas.