Resumen: Imponer lo que tenemos que sentir es tan inaceptable como imponer lo que tenemos que pensar Lo que sentimos es algo sencillamente que hay que aceptar, no es ni bueno ni malo Imposiciones como: “no llores”, “no te deberías sentir así”, “no te enfades”, no se deberían dar en la educación. Malo es no tener miedo en la situación de gran peligro o no sentir tristeza ante una gran pérdida o no enfadarte cuando te están pisoteando. Cambiar la emoción por otra más agradable, sencillamente porque es desagradable y no mirar la situación nos llevaría a muchos problemas de adaptación a las situaciones.
Cada vez estoy más convencido que las emociones son algo que no se impone, que no se puede imponer, que son algo que se acepta. Imponer lo que tenemos que sentir es tan inaceptable como imponer lo que tenemos que pensar, y al final es igualmente violador de la autonomía personal.
Y es que hemos tenido una larga historia de consecución de derechos que ha hecho de la libertad de pensamiento uno de sus centros. Y es una historia preciosa, que nos ha hecho descubrir los derechos humanos, instrumento imprescindible para la defensa de los seres humanos y progreso profundo en la historia de la humanidad. Sin embargo el derecho a la libertad de sentimientos, ni tiene tanta tradición, ni está tan marcado en la historia de los derechos. Sin embargo es un derecho innato de los seres humanos, que constituye el centro de su subjetividad. Desde luego, emociones y sentimiento constituyen el centro de nuestra subjetividad, de lo que es más nuestro de nuestra sensibilidad ante la vida.
Lo que sentimos es algo sencillamente que hay que aceptar, no es ni bueno ni malo. En principio se encuentra antes de lo que se denomina moral o cualquier guía de conducta. Por ello no es censurable. Sentir algo no tiene censura moral. Lo que sentimos no es lo que hacemos, y lo que sentimos es siempre respetable, no así lo que hacemos.
La emoción es una guía para la acción. Evidentemente no todas las emociones lo son, hay que saber discernir. Es una guía con alguna complejidad y como sucede con todo, tiene disfuncionalidades, que debemos arreglar. Pero estas disfuncionalidades no deben llevar a una corrección del sistema dictado desde la razón: “esto es lo que debería sentir”, o, aún peor, la imposición externa de que: “no te debes sentir así”.
Imposiciones como: “no llores”, “no te deberías sentir así”, “no te enfades”, no se deberían dar en la educación, ni en los colegios, ni en el ámbito familiar, y están profundamente arraigadas. Realmente si hay una época en que este respeto a las emociones es importante es precisamente la infancia.
Lo que también me preocupa es que veo muchas corrientes o sencillamente organizaciones o personas singulares, que pretendidamente enseñan educación emocional, que cuando lo lees despacio encuentras que en el fondo te están enseñando a sentir, te están diciendo cómo debes sentir en determinadas ocasiones. Algunas de estas corrientes se apoyan fraudulentamente en la psicología positiva. Estas corrientes en cuando encuentran una emoción que denominan negativa acuden a toda prisa a eliminarla, normalmente por el método de sustituirla por una emoción positiva.
Esto sería, y soy consciente de que los ejemplos tienen sus limitaciones, pero también son gráficos, como preocuparse de si funciona bien la luz del salpicadero del coche, que nos indica que no hay gasolina, sin mirar si tenemos combustible. Solo cuando hay disfunción, miramos que le pasa al indicador de la gasolina.
Y cada una de las emociones básicas ha sido instalada en el sistema de nuestra sensibilidad por la evolución para indicarnos necesidades. Malo es no tener miedo en la situación de gran peligro o no sentir tristeza ante una gran pérdida o no enfadarte cuando te están pisoteando. Estas emociones (miedo, tristeza y enfado), que son desagradables, están ahí para que podamos reaccionar a esas situaciones y lo natural por tanto es sentirlas en ese caso. Son desagradables precisamente para impulsarnos a movernos, a cambiar, porque la situación no es buena para nosotros. Cambiar la emoción por otra más agradable, sencillamente porque es desagradable y no mirar la situación nos llevaría a muchos problemas de adaptación a las situaciones.
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